Petro, que políticamente en paz descanse, decidió como todos los dictadores que se cargaba, porque sí, una tradición, una historia, un ejemplo y una categoría de la plaza, posiblemente más seria de toda la América torera. La Santamaría de Bogotá permaneció sellada y violada en su destino porque un exguerrillero, populista, negado como alcalde para una ciudad que empeoró en su aspecto y en su fondo, le salió, justo de ahí de donde salen las estupideces de los dictadores, cargarse la fiesta de los toros. Porque sí. Cinco años de ayuno y soledad, cinco años que no han podido apagar la llama de una de las mejores aficiones del mundo. Una plaza cuajada de respeto y de gente del pueblo, de gente notable, de famosos, de intelectuales, todos juntos por una pasión.
Petro le dio el bajonazo a Negret, empresario, hombre de leyes, conocedor de la política, bravo, currante, con una fe a plazo largo, le dio la vuelta a la tortilla. Y paso a paso logró los papeles de la libertad. Muchos pasos, muchos permisos, mucho sudor, mucha gente que colaboró, y otros que no, porque el mundo del toro es más cainita de lo que parece; y ni siquiera para causas tan claves fueron capaces de unirse todos los que debían estar ahí por devoción, e incluso por obligación, porque ahí está también su pan, su futuro y su decencia.
El alcalde de Bogotá, el de ahora, fue aficionado y juega con dos barajas. Una permitió que Negret lograra abrir la plaza. La otra de manos libres a los antitaurinos. Una mano a Dios y otra al diablo es todavía norma de políticos. Por eso los antis se hartaron de insultar, ofender, golpear y putear a la gente que iba a la plaza. Por eso también no paró el triunfo de Negret. Una vela a Dios y otra al diablo. Pedro solo encendía la de Lucifer.
Quiero que conste en letras de oro mi admiración por la afición colombiana (país al que tanto conozco y por eso tanto quiero) que cinco años después no había apagado las velas de su pasión, amor, afición y esfuerzo por el espectáculo taurino. Y en concreto porque fue un placer que no fallara la afición de Bogotá, la capital, porque siempre dije que era la mejor de América en cuanto a conocimiento y seriedad.
Cuando somos felices tapamos las carencias. Pero desde mi libertad y también desde mi respeto y afecto al ganadero de lo de Ernesto Gutiérrez, o sea a su hijo Miguel, debo añadir algo. Me molesta que las figuras solo (insisto en el solo) quieran antes que nada este hierro. Y si no lo consigue una figura y sí otra, hay enfados y deserción. Eso no me gusta por los toreros. En España solo gustan los cinco hierros y en Colombia solo hay uno, este, que o se lo dan o no torean. Un disparate. Un reduccionismo horrible para la fiesta y para el futuro de los ganaderos. Hay en Colombia, ahora mismo, seis hierros más con casta, embestida, emoción y tamaño. Pues nada. Y añado algo. Miguel Gutiérrez inventó una ganadería dulce, nobilísima, chica y escasita de pitones. Un matrimonio de Murube con Santacoloma que funcionó. Ahora domina ya Murube. Y en Manizales, de donde pasta esta ganadería, a tres mil trescientos metros de altura, están felices históricamente con estos toros que propician éxitos, diversión e indultos. Yo no lo entendía al principio. Ahora sé que es algo muy de Manizales. Y para allí vale porque la gente lo quiere y permiten triunfos y son amables e indultan a unos cuantos cada año. Perfecto. Yo ya lo entiendo y es su gusto y su personalidad. Y Miguel es un tipo honesto que no engaña a nadie. Otra cosa es que por trapío esta sea la corrida ideal para Bogotá, el Madrid colombiano. Es como si se lidiara en Las Ventas una corrida de Castellón. Pero yo respeto y admiro a Miguel Gutiérrez, apasionado como ganadero, pero cada toro tiene su plaza. Y Bogotá es la más seria de toda América. Y cuando estamos felices también conviene aclarar las cosas.
Mientras en la de México ves asientos vacíos, ¿qué pasa ahí, Dios mío? Muchos vemos en Bogotá lo que desearíamos para Barcelona. Y esa debería ser nuestra bandera. Pero vamos a perder el tiempo (ojalá me equivoque) porque la diferencia es que en Bogotá el empresario (que no es el dueño del inmueble) quería que volvieran los toros y peleó como un león por lograrlo. Y Negret debió salir también en hombros de la afición de Bogotá junto a Roca Rey. En Barcelona la película es otra. Balaña no quiere, recula, no trata con taurinos, esta “Colau” con la alcaldesa. La pasta la tiene en el cine. No en los toros. Y en la venta de la Monumental, pero soñar es gratis... Pero no te aseguro el despertar.
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