Por allá en los años noventa, antes de que se impusieran el internet y el celular, los colombianos veíamos con envidia como los europeos tenían unas jornadas laborales de 36 horas a la semana, con cuatro días laborales, mientras que nosotros sosteníamos las 48 horas laborales, que en muchas oportunidades eran ampliamente superadas trabajando los sábados e inclusive algunos festivos.
El padre jesuita Hermman Rodríguez semanalmente publica unos comentarios sobre el evangelio del fin de semana, recientemente escribió … “Hace un tiempo, Miguel Silva escribió en El Espectador un artículo que me gustó mucho: “El ajetreo y el trabajo”. Decía el autor que los colombianos tenemos una forma muy extraña de trabajar; y contaba que una italiana que trabaja en el Banco Mundial le decía alguna vez: “Yo siempre veo a los colombianos trabajar hasta que cae la noche. Son los últimos que salen de aquí. Pero lo más divertido es que, en verano, también salen únicamente cuando cae la noche, y como en verano eso sucede a las nueve, salen tardísimo. Como si fueran unos animales extraños que por razones de supervivencia no fueran capaces de encontrarse en casa con luz diurna”.
Más adelante, dice Miguel Silva: “Alguna vez a un colombiano -creo que fue a Juan Luis Londoño- lo obligaron a salir temprano de la oficina en el mismo Banco Mundial. Lo llamó un vicepresidente y le expresó preocupación por sus larguísimas jornadas. -Eso solo puede ser consecuencia de una de dos cosas, dijo el funcionario: -o le ponemos una carga laboral excesiva o usted es muy ineficiente. Y lo mandaron para su casa temprano”. La conclusión a la que llega el artículo es que “Si el tiempo en la oficina fuera medida del éxito, Colombia sería una superpotencia, porque aquí nadie sale temprano y todo el mundo suda y se demora y se queja. Todos tomamos vacaciones con un gran sentido de culpa. El lío no es que no tengamos tiempo para la familia. Eso sin duda es muy grave. Pero tanto o más dramático es que del ajetreo apenas queda el ruido que genera. Es el trabajo el que produce resultados. Y los resultados son los que cuentan”.
Toda esta historia me ha hecho pensar muy en serio en nuestros ritmos de trabajo o de ajetreo y en lo poco que dedicamos a la ‘recreación’... que literalmente significa tiempo para compartir fraternalmente, para dialogar amigablemente, para reconstruirnos como personas. El P. Augusto Hortal, que fue mi superior en España durante varios años, solía decir: “El que no descansa, cansa”. Y no permitía que los jóvenes jesuitas con los que vivíamos se dedicaran los domingos a estudiar o a adelantar trabajos para la Universidad. ….”. Hasta aquí el texto del padre Hermman.
Con la llegada del internet y del celular se creía que estos aparatos iban a contribuir a rebajar las cargas laborales porque se iba a tener una mayor eficiencia, lo que traería consigo una mejor distribución del tiempo y se podría disponer de más horas libres e inclusive de días libres.
Cuan equivocados estábamos! Hoy en día no nos podemos despagar del celular y ni qué decir del internet. Anteriormente cuando al caer la tarde y se cerraba la puerta de la oficina, hasta ahí se pensaba en el trabajo. Hoy en día la mayoría de las personas se la pasan leyendo informes y contestando correos en horas de la noche o los fines de semana con toda tranquilidad. Definitivamente ni el celular ni el internet sirvieron para que pudiéramos tener más tiempo disponible para otras actividades y lo más delicado no somos más productivos.
Los colombianos no hemos entendido que la productividad no se logra con “horas nalga” en la oficina; es decir, sentados frente a un computador durante muchas horas siendo improductivos, sino que ésta se logra es siendo conscientes y totalmente concentrados en lo que estamos haciendo.
Por esta razón es muy importante lograr que el trabajo asignado se realice en la jornada establecida y sobre todo que no nos dé miedo llegar a nuestras casas cuando todavía hay luz solar.
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