Ser árbitro puede ser de las profesiones más incómodas que se pueden elegir. Corregir y llamar la atención, e inclusive sancionar, sobre faltas que cometen nuestros semejantes siempre será una labor criticada. Una cosa es comentar a media voz y ante un grupo pequeño las faltas o errores de nuestros semejantes y otra cosa es hacerlo abierta y públicamente.
En nuestro medio hay todo tipo de árbitros, desde los jueces de la república, los representantes de los organismos de control y vigilancia del Estado, los árbitros de fútbol y hasta los representantes de la Iglesia Católica. Sin lugar a dudas unos de los árbitros más cuestionados son los de fútbol. Siempre se ha dicho que un buen árbitro de fútbol es aquel que no se nota, lo que en nuestro medio donde hay tanto apasionamiento por este deporte, es muy difícil que se cumpla. El árbitro de fútbol tiene que tomar decisiones en fracción de segundo, las que posteriormente serán ampliamente discutidas y cuestionadas. Es increíble que en pleno siglo XXI, con todos los avances tecnológicos que se disponen no sean lo suficientemente aprovechados y se puedan revisar y tomar decisiones de jugadas polémicas y discutidas.
Con respecto a los árbitros que representan a la religión católica, si bien no son tan criticados como los del fútbol, también les toca una actividad muy difícil. Como en muchas oportunidades deben llamar la atención a la comunidad cuando se cometen faltas o se desvían del camino, los hace ver muy propensos para que sean cuestionados y criticados ante cualquier falta que cometen.
En el año de 1975 llegó a Manizales un árbitro muy especial. Monseñor José de Jesús Pimiento. Desde que llegó a desempeñar su cargo como arzobispo llamó la atención y generó controversia. Hay que dejar en claro que las costumbres del año en que llegó monseñor Pimiento a la ciudad eran muy diferentes a las actuales. Se dice que a nadie le gusta que le digan la verdad y a monseñor no le temblaba la voz para decirla. Era claro y contundente.
Una muestra de sus pronunciamientos fue cuando desaprobó el nombramiento que hiciera el presidente Belisario Betancurt, como gobernadora del Departamento de Caldas -en esa época el Presidente de la República era el que nombraba los gobernadores- a una señora separada y vuelta a casar. Otro ejemplo fue cuando prohibió que se bautizaran a los niños que fueran hijos de padres solteros o casados por un rito diferente al católico. Ambos temas generaron una enorme polémica, especialmente el primero que no solo fue reclamado por un sector de la sociedad, sino que además según se dice, impidió que monseñor fuera nombrado como Arzobispo de Bogotá, porque el presidente Betancurt se interpuso, al parecer por su oposición con el nombramiento de la gobernadora.
En su paso por Manizales Monseñor Pimiento mostró su coherencia con sus principios y con los preceptos de la religión católica, lo que en medio de las críticas que recibió, fue totalmente respetado por sus feligreses. El próximo 15 de febrero Monseñor Pimiento, cercano a cumplir sus 96 años de edad, recibirá el capelo cardenalicio, reconocimiento que le hace el Papa Francisco entre otras, por su labor pastoral y por ser uno de los pocos obispos vivos -si no el único- que firmaron el Concilio Vaticano II.
Cabe aclarar que el Concilio Vaticano II fue totalmente renovador y transformador para la Iglesia Católica. Este concilio, que se promulgó hace 50 años fue tan impactante, que sin ser un experto en la materia, no tengo ninguna duda que una cosa era la Iglesia Católica antes de su promulgación y otra muy distinta después de esta.
No tengo claro cuáles son los requisitos que se tienen para nombrar un cardenal; sin embargo, no deja de ser muy honroso para monseñor Pimiento que a la edad que tiene sea ungido como tal y también es honroso para nuestra ciudad que este nombramiento haya caído en el que fuera nuestro pastor durante 21 años.
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