Colombia ha sido tierra estéril para las dictaduras, distinto a casi todos los países centro y suramericanos, donde la excepción han sido los gobiernos de estirpe democrática. Solo en las últimas décadas se han estabilizado en la región regímenes de elección popular, aunque algunas elecciones hayan dejado muchas dudas. En Colombia, el general Rafael Reyes Prieto, presidente entre 1904 y 1909, llegó al poder por la vía de las urnas, pero, vencido su período constitucional, le quedó gustando y resolvió seguir como dictador, pero la vocación republicana del país se impuso, y liberales y conservadores se pusieron de acuerdo para derrocarlo.
Hay que reconocer que fue un buen gobernante, en asuntos prácticos como la infraestructura, la economía y el replanteamiento de la división territorial. Pero algo en el espíritu nacional rechaza cualquier cosa que se imponga sin el debido debate; y el general Reyes era, por naturaleza, autoritario, porque, además de militar, era muy godo.
Después, entre 1953 y 1957, gobernó el general Gustavo Rojas Pinilla, quien usurpó el poder a Laureano Gómez Castro (1950-1953), enarbolando la bandera de la reconciliación nacional, porque el desangre de la violencia política había superado todas las expectativas del horror. Pero, además del poder, que quería prolongar más allá del tiempo que le correspondía a Laureano, haciéndose reelegir por una constituyente de bolsillo, le cogió mucho afecto a la ganadería y a la tierra.
De general de la república, boyacense de origen modesto, casado con una señora muy querida (doña Carola Correa), oriunda de un pueblo del suroeste antioqueño, terminó en rico hacendado. Los altos mandos militares lo apoyaron sin reservas, porque ellos también aprovecharon los recursos de crédito de la banca oficial para convertirse en terratenientes. Otra vez, como cuando el general Reyes, los jefes liberales y conservadores se pusieron de acuerdo para tumbar al usurpador. Éste, hay que reconocerlo, si hubiera querido sostenerse, lo hubiera logrado con el apoyo de las fuerzas militares, pero no lo hizo para evitar un baño de sangre. Pero, distinto al general Reyes, quien se retiró definitivamente de la vida pública, refugiándose en el dorado exilio de Europa, a Rojas Pinilla sí le picó el bicho de la política, enfrentó un juicio, fue condenado, creó un partido propio, la Anapo, ganó curules en el Congreso Nacional y se lanzó como candidato a la presidencia de la República, perdiendo en unas elecciones que inclusive contradictores suyos creen que ganó.
Esas han sido las dictaduras colombianas: dos en un siglo y de duración efímera. Otra cosa son las castas gobernantes: López, Gómez, Lleras, Santos, Ospina…, que, como en la agricultura cafetera, tienen almácigos de candidatos, cuyas chapolas cuidan celosamente para que no se pierda la continuidad de las familias en el poder.
En una época las dictaduras latinoamericanas eran frecuentes, pero de duración corta, tanto que los mandatarios de turno les decían a quienes aspiraban a tumbarlos, como Montecristo remedando a un borracho: "No me empujen que yo me caigo solo".
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