Saber demasiado tal vez no sea ideal. Con una acumulación exagerada de conocimientos sobre un tema puntual (erudición) o sobre diversas materias (cultura general) puede pasar lo que con el trompo cuando la piola es muy larga: se enguarala…, se enreda. Los sabios a los que con frecuencia se acudía en las civilizaciones antiguas, y en las tribus aborígenes, más que un cúmulo de información sobre una miscelánea de asuntos, lo que tenían era sentido común y lógica.
El famoso y muy trillado caso que protagonizó el rey Salomón, que dio pie a la expresión “solución salomónica”, confirma lo dicho. El cuento fue así, para los que no lo saben: Salomón, quien, además de ser dueño de las famosas minas y de tener un palacio suficiente para albergar a 300 esposas, oficiaba de juez, tuvo que resolver el caso de dos mujeres que decían, cada una, ser la mamá de un bebé, reclamándolo con furia. Como no había entonces el recurso de la prueba de ADN, el sabio rey sentenció que el muchachito fuera partido en dos y le entregaran a cada mujer una mitad. Una de ellas pegó el grito y dijo que no, que más bien se lo dieran entero a la otra. Salomón entonces dedujo que esa era la verdadera mamá e hizo que se lo entregaran a ella.
Y en el famoso Oráculo de Delfos, en el que unos sabios resolvían asuntos tan diversos como predecir el clima, para navegantes y agricultores, sin disponer de los equipos que tiene actualmente el Instituto Meteorológico de Colombia; el sexo de los bebés en gestación (no había escáner); y el número de efectivos que podía tener un ejército, entre muchos otros temas, se les advertía a quienes presentaban consultas, antes de entregarlas a las sacerdotisas que las tramitaban: “Conócete a ti mismo”, como rezaba el aviso que había a la entrada del oráculo, para que el usuario supiera a qué iba. Es decir, para no perder tiempo preguntando pendejadas.
En ambos casos (el rey Salomón y el Oráculo de Delfos), y también con los sabios de las tribus, no había necesidad de consultar códigos, leyes, constituciones ni extensos articulados, sino que las inquietudes se resolvían tasando el bien, especialmente el bien común. “Salus populi suprema lex”, reza un latinajo que no recuerdo de dónde saqué, que quiere decir que lo que conviene a la mayoría es superior a la ley. Eso no lo entendieron en su momento los juristas que se opusieron al acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las Farc, porque se les enguaraló la sabiduría en un enredo de ítems, incisos, leyes, decretos, sentencias y artículos constitucionales, desconociendo el bien común. Esos magistrados, catedráticos y jurisperitos saben tanto que saben maluco.
A Pablo Mejía Arango, en memoria. Su humanismo compartía estas ideas.
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