A don Manuel Antonio Carreño, el maestro venezolano más atildado y puesto en orden, quien a mediados del siglo XIX escribió su famosa Urbanidad de Carreño, le daría “una cosa” si comprobara que sus lecciones sobre modales y conducta social actualmente, y desde hace mucho tiempo, no se enseñan en escuelas y colegios; y en cambio la sociedad de consumo y los caprichos de la moda han impuesto unos estilos que las personas mayores no entienden, pero que a la juventud les parecen chéveres. Por ejemplo: ¿Qué diría don Manuel Antonio si viera que la ropa se usa rota, y así viene de fábrica, después de lo que se mataron las matronas de antes remendando calzones? ¿O que es correcto que dos personas dialoguen sin mirarse, porque cada una está concentrada en consultar un aparato que se las sabe todas, mientras una le dice a la otra: Siga…, le escucho?
Don Manuel Antonio hizo lo suyo en su época y la sociedad se lo agradeció. Pero él no ha sido el único venezolano meritorio, como piensan muchos que solo han tenido la percepción de nuestros vecinos y “hermanos” por los acontecimientos de los últimos tiempos, protagonizados por unos guaches que llegaron al poder por caminos tortuosos y de noche. En Venezuela hubo personajes como don Andrés Bello, un referente indispensable de las letras españolas, reconocido ampliamente en el mundo hispanoparlante. Venezolano también era Rómulo Gallegos, político malogrado y eximio escritor, autor, entre otras obras suyas, de la novela Doña Bárbara, una cumbre de la literatura llanera, junto con La Vorágine del colombiano José Eustasio Rivera.
Andrés Eloy Blanco, escritor y poeta, también político, periodista y maestro venezolano, decía con sus versos cosas tan tiernas como: “Cuando tú te quedes muda, / cuando yo me quede ciego, / nos quedarán las manos y el silencio.” Y era don Andrés un “caballero de fina estampa”. Arturo Uslar Pietri fue en tiempos recientes un destacado dirigente político venezolano, canciller, diplomático, parlamentario y candidato presidencial, que entraba y salía del escenario político al vaivén de las circunstancias, en un país de gobiernos inestables y una democracia permanentemente amenazada. De este personaje hay una faceta destacada que es la de escritor. Además de “Lanzas Coloradas”, un libro suyo de cuentos, dos biografías noveladas son especialmente atractivas: “Oficio de Difuntos” y “La Isla de Robinson”. La primera cuenta cómo llega al poder y se mantiene en él 25 años Juan Vicente Gómez, gobernando con mano de hierro y rigurosa pulcritud administrativa. Y la segunda, “La Isla…”, es una semblanza intelectual y humana del maestro, consejero y guía de El Libertador Bolívar, don Simón Rodríguez, quien vaga por América después de la muerte del héroe, para terminar encontrándose con Manuelita Sáenz en Paita (¿o Piura?), en el Perú, ambos pobres y abandonados.
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