Uno de los deportes favoritos del “respetable público”, como se les llama a los asistentes a estadios, teatros y plazas de toros, y puede aplicarse a la masa informe de la opinión pública, es declarar, con absoluta certeza y conocimiento de causa, sobre asuntos de los que no tiene la menor idea. Con el agravante de que, con las facilidades que ofrecen los medios de comunicación, cada vez más agresivos, los comentarios y puntos de vista se riegan como agua derramada, para que algunos, que adhieren a las causas por aquello de que “¿para dónde va Vicente?, para donde va la gente”, terminen afirmando que “todo el mundo está de acuerdo con…”, en una generalización perversa y nociva. Ingrata la tarea de los responsables de tomar decisiones trascendentales para la comunidad, que, por respeto a la libre y democrática expresión de opiniones, resultan apaleados, desconociéndose las sanas intenciones que tienen de acertar por el bien común.
Algunos de los aludidos comentarios y opiniones son insultantes y burlescos, para lo cual son recurrentes chistes flojos, caricaturas y los “memes” tan de moda, en los que se monta la efigie de un personaje sobre un comentario bellaco acerca de alguna actuación suya, y se lanza a través de Facebook, WhatsApp y otros medios, y sus receptores lo reenvían en una cadena sinfín, que causa daños incalculables, cuyos promotores no miden, por irresponsables y culiprontos.
“Bendita democracia, aunque así nos mates”, solía decir el maestro Guillermo Valencia, un lúcido intelectual, y estadista de sólida formación humanística, para referirse al acatamiento a los designios populares, resultado de consultas democráticas, que no siempre resultan acertados para el bien común. Este fenómeno tiene mucho que ver con la educación de las masas; y con los torcidos que hacen los promotores de ciertas causas, valiéndose de viles procedimientos para influir a los electores. Y hay temas cuya interpretación no es fácil, por las características de sus contenidos, técnicamente difíciles de entender para cualquier mortal, para lo cual es necesario hacer pedagogías complejas.
Para bien o para mal, los asuntos que someten los administradores públicos a la decisión democrática tienen altos contenidos políticos, que los dirigentes tratan de orientar a su favor, sin detenerse mucho en el “interés general”, porque prima el interés particular de cada político, que suele no ser muy noble. Y otro aspecto que debe tenerse en cuenta es la opinión, influyente sin duda, de quienes pontifican sobre asuntos que no entienden, o entienden mal.
El talante liberal obliga a respetar todas las opiniones, sin posiciones sectarias ni dogmáticas, porque, como decía el “Negro” Marín, “si nosotros hacemos lo mismo, ¿cuál es la diferencia?”; aspirando a que se imponga lo que más convenga.
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