Sancho Panza, tratando de que su amo recapacitara antes de cometer una locura, a las que era tan dado, le hacía caer en la cuenta de que el valor está entre la temeridad y la cobardía, porque es reflexivo, calculador, mide los riesgos y planea estrategias. Nunca hizo caso el noble caballero andante, ni, a pesar de todo, dejó de acompañarlo en las osadías su fiel escudero, para que ambos salieran maltrechos y apaleados de cada trance. Nada se ganaba después con reprochar el buen Sancho: "Se lo advertí, vuesa mercad", porque a poco estaba el genial loco en las mismas.
Quedarse quieto por miedo a fracasar es propio de pusilánimes, de quienes no se ha escrito una sola línea en la historia. Y aventarse a impulsos de la emoción y a ojo cerrado, eventualmente, y casi de milagro, funciona. Las más de las veces la audacia lleva a quiebras y moretones. "Los valientes mueren jóvenes", se ha dicho, porque la intrepidez es propia de aquellos años en los que la fuerza prevalece sobre la reflexión. Y los viejos saben por experiencia cómo se deben de hacer las cosas bien, pero ya la energía los ha abandonado. Como quien dice, "ni el enfermo come ni hay que darle".
André Maurois, en un libro suyo titulado "El Arte de Vivir", de esos que se desempolvan para que se cumpla aquello de que "libro que no merece una segunda lectura no mereció la primera", en el último capítulo se refiere al arte de envejecer. Una de las recomendaciones es conservar el espíritu joven y el cuerpo sano, lo que en teoría es maravilloso pero en la práctica es una utopía. "Mantendré la juventud en mi espíritu y en mi corazón", dice una de las propuestas de vida que plantean los enunciados de la Cámara Junior, que de ahí no pasan, porque la realidad es distinta. Y quienes pretenden poner en práctica tales recomendaciones solo hacen el ridículo, bailando en los asilos, cuando las señoras de los voluntariados les hacen festivales a los viejitos en diciembre; posando para las fotos con las encías peladas; o practicando deportes, lo que no hicieron en la juventud, para conseguir esguinces y corrimientos musculares.
Las competencias que están perdidas inexorablemente, desde antes de comenzar, son las que se casan entre jóvenes y viejos. Las ventajas de los primeros son contundentes: el vigor físico, la agilidad para actuar y decidir, el conocimiento de nueva generación, los recursos tecnológicos… A los segundos, a los viejos, solo les queda invocar tiempos remotos, con historias a las que nadie les presta atención; argumentar experiencias que, como la rila de gallina, nadie coge; caminar lento, "como fatigando el tiempo", según Piero; toser, orinar cada rato y acostarse temprano a roncar.
El maestro Luis Carlos González, en un genial soneto suyo titulado "Noche de Farra", describe el ridículo que hace un viejito en un burdel y termina diciendo: "Y al suspirar la chica por cinco o diez ausentes, / el viejo está pensando que por sus falsos dientes / suspira la muchacha: ¡que viejo tan güevón!".
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