“Lo urgente no deja hacer lo importante”, como usar para los males del cuerpo paliativos, sin investigar las causas para erradicarlos. En las clases de filosofía enseñan que “no hay causa sin efecto, ni efecto sin causa”. Las cosas no suceden porque sí. De modo que la superficialidad de las soluciones no conduce sino a la prolongación de los males y, en el caso de los que aquejan a las comunidades, los responsables de solucionarlos les ponen paños de agua tibia y los dejan vivos a sus sucesores. Y cuando algún funcionario, responsable, serio y con verdadera vocación de servicio, decide irse hasta el fondo de los problemas para erradicarlos, se tropieza con más de un inconveniente, entre otros la frondosa normatividad, mucha de ella desueta e inaplicable, pero suficiente para que los leguleyos la invoquen, atravesándose como mulas muertas en el camino de las soluciones.
¿Ejemplos?, ¡miles! Pero analicemos dos, únicamente: la seguridad alimentaria y la invasión del espacio público. Hace 70 años, cuando hacía campaña para llegar a la presidencia de la República el doctor Mariano Ospina Pérez (1946-1950), propuso a los colombianos el programa de la huerta casera, que consistía en utilizar los espacios disponibles en patios y solares de las residencias, urbanas o campestres, para cultivar verduras, frutas y hortalizas para el consumo familiar. Y, en algunos casos, donde los espacios lo permitieran, criar aves de corral, para proveer las cocinas de carne y huevos. La idea tuvo una acogida precaria y, con el tiempo, los espacios urbanos (patios y solares) desaparecieron por la optimización de la tierra para la construcción. Y en el campo, al menos en las zonas cafeteras, la cultura de la variedad caturra decidió que era mejor sembrar cafetos y traer las frutas, verduras y hortalizas del pueblo, algunas importadas. Hace poco, ante la carestía, un mandatario “progresista” de Bogotá propuso hacer tales cultivos en espacios habilitados en ventanas y antejardines, copiando, mal copiado, lo que hacen en el Japón. Nadie le paró bolas.
En cuanto al espacio público, invadido por vendedores informales en ciudades y poblaciones, cada alcalde llega a estrenar el puesto desalojándolos con la policía, sin analizar las causas del problema, entre ellas el desalojo forzoso del campo, y de las pequeñas poblaciones, a causa de la violencia, que ha obligado a los campesinos a vivir del rebusque urbano, muchos de ellos “patrocinados” por contrabandistas y traficantes de drogas ilícitas, que los utilizan para comercializar sus mercancías. Con el tiempo, este fenómeno, convertido en endemia, ha llegado al punto de que, en épocas de cosecha cafetera, es difícil conseguir trabajadores. ¿Cuál es la solución? Primero, la paz; después, la restitución de las tierras a los despojados de ellas, o a sus herederos; luego, la adjudicación a verdaderos campesinos de las incautadas a las organizaciones criminales; y, después, “sembrar” de nuevo la vocación campesina. Esa es la tarea, que requiere soluciones, más que simplistas y superficiales, titánicas.
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