Existe un lugar desde donde se ven las cosas de otra manera, muy distinta de lo que la gente cree que es la realidad: la cumbre nevada de los años. Hasta allá no alcanzan a llegar los avances tecnológicos en su totalidad, porque una resistencia pasiva no permite asimilarlos. Y la ciencia, con sus maravillas diagnósticas y quirúrgicas, llega cuando muchas veces ya no hay nada qué hacer. "Todo nos llega tarde, hasta la muerte", dijo don Julio Flórez, con toda razón.
La conquista más grande que se puede alcanzar en la vejez es la tranquilidad. Y ésta se debe alimentar con paciencia, amor, tolerancia y desprendimiento. Es necesario entender que más temprano que tarde la muerte llega, porque de este mundo no sale vivo nadie. Y que es inútil aspirar a ser el más viejo o el más rico del cementerio. Si esos objetivos se consiguen, entonces se puede ver el mundo de otra manera, sin angustias, porque las responsabilidades se les endosan a los jóvenes; sin apremios, porque no vale la pena correr para llegar a la misma parte; con una salud aceptable, que se obtiene siguiendo las indicaciones del organismo, que es sabio y dice tácitamente qué le cae bien y qué no. Sobra leer las recomendaciones que hacen las páginas de salud, porque ningún organismo es igual a otro. Y menos tomarse los remedios que le aprovecharon al amigo o al pariente. Y tampoco hablar con los demás de dolencias y desarreglos del cuerpo, porque ese es un asunto personal, y así debe manejarse. Los vicios, sin dejarlos, hay que "reducirlos a sus justas proporciones", como sugería con la corrupción el presidente Turbay (1978-1982).
Un viejo sabio no dice que "todo tiempo pasado fue menor", porque esa es una tontería. Cada época tiene su estilo, sus más y sus menos. Ni se opone a los cambios en el arte (especialmente la música), el vestuario y otras expresiones de la evolución en las costumbres, para lo cual Berceo tenía una fórmula: "Si me quieren dar gusto, hagan lo que les dé la gana." "Pero, eso sí, –agregaba– a mí no me jodan".
Es difícil sustraerse a lo que ocurre alrededor, para lo cual es aconsejable una relativa soledad, ojalá en el campo, acompañado apenas, como dice un hermoso bambuco, "de mi fiel compañera, de mis libros, un tiple y un perro". Lástima que de los ambientes bucólicos se haya apoderado la delincuencia organizada, para desarraigar a los campesinos, extorsionar a los empresarios rurales, reducir la producción agrícola, envenenar la naturaleza con cultivos perversos y sembrar zozobra, todo inspirado en la codicia, uno de cuyos más claros objetivos es la tierra. Pero no se debe dejar de soñar con que la felicidad es posible. Pero no necesariamente la personal, sino la de la familia, los amigos, los vecinos…, porque la felicidad, si no es compartida, es incompleta.
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