Las universidades, y otras instituciones no educativas, suelen otorgar títulos de doctor, u otros, a personas que por sus conocimientos, méritos, trayectoria y experiencia se han destacado en determinados campos del saber, sin que hayan estudiado formalmente hasta adquirir los títulos o doctorados correspondientes. Esos son los autodidactas, que, inclinados por determinadas disciplinas, se sumergen en los textos e investigan los temas, además de practicarlos empíricamente, hasta adquirir una maestría tal que merece ser reconocida con un doctorado honoris causa; o un título honorario, como en el caso de clérigos y militares.
Los casos de autodidactas no son frecuentes en la actualidad, por la proliferación de universidades que facilitan la adquisición de títulos académicos, lo que no sucedía antes, cuando estudiar significaba desplazarse los jóvenes a otras ciudades, lejos del hogar y de sus familias, con connotaciones económicas difíciles de costear. Unos eran de familias acomodadas, otros obtenían becas oficiales, lagarteadas con jefes políticos y gamonales; y los demás, impelidos por el deseo de superarse, simplemente empacaban la maleta, le pedían la bendición a la mamá, conseguían el pasaje con una tía y diciendo "a la mano de Dios", cuando no eran liberales y ateos, arrancaban para Bogotá, Popayán o Medellín, con los ojos puestos en la universidad de sus sueños.
En Colombia hay casos muy relevantes de personalidades que ocuparon altos cargos en la administración pública, el parlamento y la justicia, sin haberse graduado en una universidad. A esos, por los méritos de sus ejecutorias, les fueron otorgados títulos honoris causa. Un caso paradigmático fue Alberto Lleras Camargo, dos veces presidente de la República (1945-1946 y 1958-1962), además de ministro de Estado, diplomático y parlamentario, quien jamás se graduó en una universidad, pero tenía cultura humanística, dotes oratorias, pluma magistral y personalidad y talante de estadista sobresalientes, que le merecieron numerosos títulos honoríficos, dentro y fuera de Colombia.
En otros campos, prelados, que les han servido a las Fuerzas Armadas en la orientación moral de sus hombres, se han hecho acreedores a títulos de coroneles honorarios. Inclusive otro presidente, Julio César Turbay Ayala (1978-1982), cuya voluminosa humanidad distaba mucho de la figura atlética de los militares, también fue distinguido como coronel honorario, más que todo por ser permisivo con los procedimientos castrenses, por encima de la legalidad jurídica, como con el Estatuto de Seguridad que aprobó durante su gobierno, que les permitió a los militares colgar de las uñas en las caballerizas de Usaquén a muchachos universitarios sospechosos de subversión, para que confesaran lo que no habían hecho a denunciaran a cómplices que no conocían.
Cuando yo dije alguna vez en una reunión de familia que me gustaría matricularme en una universidad y adquirir un título cualquiera, mi hermana mayor, con su delicioso humor negro, comentó: Por lo menos te quedaría el consuelo, cuando mueras, de que en los cartelones pongan que "el Doctor descansó en la paz del Señor".
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