Las personas que han hecho un largo recorrido por la vida, y por la historia, pasajeros de la literatura, saben que desarmar los espíritus, lo que, de paso, desarma las cartucheras, es utópico. La agresividad es connatural a muchas personas, de las cuales un porcentaje no despreciable tiene poder y, consecuentemente, controla el armamento de los países. Y existe otra agresividad, sin armas pero igualmente letal, que es la de la palabra provocadora, desafiante, retadora…, o careadora; es decir, instigadora.
Esa palabra la utilizan escritores, políticos, académicos y parlamentarios, para la crítica cáustica y la confrontación ideológica, sin mirar consecuencias, simplemente para satisfacer instintos morbosos. La religión y la política son los escenarios preferidos para la contienda entre rivales ideológicos, cuyas víctimas suelen ser los idiotas útiles que siguen a líderes buscapleitos, mientras que éstos garantizan su seguridad, desde antes de armar la pelotera.
Si se mira el mapa mundial, los gobiernos de la mayoría de los países son el producto de confrontaciones armadas, provocadas para privilegiar intereses económicos, que pueden ser de naciones interesadas en controlar recursos energéticos y materias primas; o poderosas multinacionales inspiradas en lo mismo: mercados, productos, turismo y finanzas. Si esos gobiernos son democráticos, legítimos y respetuosos de los derechos humanos es secundario. Lo fundamental es que sean sumisos y tendrán apoyo irrestricto de sus “patrones”, inclusive armado, si es necesario.
La soberanía de los pueblos y su derecho a la libre determinación, además de la obligación de los demás de no intervenir en sus asuntos internos, es un tema que debe replantearse, cuando de las tropelías de unos sátrapas arrogantes, armados hasta más allá de lo racional (si las armas son racionales), salen perjudicados otros, especialmente los vecinos. ¿De dónde sale que un gobierno que humilla a su propio pueblo, y lo masacra cuando reacciona, es intocable? ¿Para qué sirven las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, si no pueden intervenir para ponerle orden al caos institucional de países que tienen gobiernos demenciales?
Ese es un dilema que se complica más, cuando a mandatarios que se consideran iluminados les da por crear otros organismos regionales, desde los cuales puedan ejercer un liderazgo que satisfaga su megalomanía. Unasur, por ejemplo. Y hace más de medio siglo la República Árabe Unida, RAU, del egipcio Gamal Abdel Nasser.
Lástima que pensamientos tan sublimes como “Yo tengo un sueño”, del pacifista Martin Luther King, asesinado por eso, por pacifista, sean un dibujo en el agua. Y que proyectos de paz, como el que se adelanta en Colombia, tengan enemigos tan encarnecidos, que parecen hablar y escribir como si tuvieran un machete al lado del micrófono, en el podio, o debajo del computador.
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