El resultado de las últimas elecciones parlamentarias abrió una ventana de esperanza para los colombianos viejos, que evocamos las épocas "gloriosas" del Congreso Nacional, cuando se llenaban las barras del "templo de la democracia", como pomposamente lo llamaban los oradores grecolatinos, a presenciar los debates del sectarismo liberal-conservador, sin soluciones prácticas a los problemas del país, pero con una retórica maravillosa, salpicada de humor fino, citas de clásicos griegos y romanos, evocaciones de epopeyas militares, tan absurdas como devastadoras; trozos de odas de hasta cuatrocientos versos, de métrica perfecta y rima impecable; …hasta cuando cualquier senador o representante santandereano sacaba el revólver y se disolvía el quórum.
Cansados de ver, período tras período, a los mismos parlamentarios, cargados de años, y de vicios políticos; que han sido gerentes por décadas de empresas electoreras del más refinado estilo clientelista; además, barrigones, mofletudos, ladinos y con una desaforada vocación de ricos; para no agregar que feos y de mal gusto, social y personal; …cansados, digo, de esos personajes, vimos con satisfacción que la nueva conformación del Congreso Nacional, y el debate político que se proponía, marginaba los rezagos humanos y el reiterado discurso insustancial, y ofrecía caras nuevas, damas hermosas en el entorno y una controversia distinta, con temas nuevos, aunque en el fondo sean igualmente inútiles.
Lo primero que pensamos los amantes del "pan y circo", que disfrutamos del debate ideológico, era que la polarización del país en dos sectores irreconciliables en asuntos trascendentales, como la forma de alcanzar la paz, con pesos pesados en cada bando, tanto en la oratoria como en la firmeza de sus conceptos, por lo menos iba a resultar entretenido e interesante. Y así ha sido. El senador Uribe, que, como mi primo pendenciero, compra una pelea para seguirla, envalentonado por la numerosa bancada que consiguió su partido, pensó: "Esto es pan comido". Contando, además, con escuderos como la senadora Paloma Valencia, quien, además de hermosa, hace honor a su casta y es una brillante oradora; el "Fouché" José Obdulio, quien ya mostró su rostro de sepulcro blanqueado; y con la autosuficiencia del mismo Uribe, quien no aprendió que en un debate comienza a perder el primero que se deje sacar la piedra. Y para esto son unos maestros el senador Cepeda, de expresión reposada pero argumentos contundentes; el doctor Serpa, que maneja la ironía con la habilidad que esgrime el alfanje un samurái; y la revelación, Claudia López, bella también, agresiva como la espina de una rosa, que hiere sin dejar de perfumar; y elocuente.
Faltan por salir a la palestra Navarro Wolf, Jorge Enrique Robledo, la melindrosa María Fernanda, los Galán Pachón y otros, para poder decir: "esto se puso bueno". Pero es aconsejable que por el fragor del debate no se descuide a las raposas, que no hablan pero ruñen, porque se corre el riesgo de que aprovechen las distracciones del debate y se lleven hasta los muebles del Salón Elíptico.
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