Es necesario insistir en que la política es indispensable, porque no de otra manera se pueden organizar, orientar y dirigir las comunidades, en un Estado democrático. Esa idea, así concebida por los creadores del sistema, poco a poco se ha deformado, hasta terminar en una caricatura de lo que soñaron Platón, los iluministas franceses y los padres de las democracias americanas, especialmente Estados Unidos, cuya constitución política, y el sistema sostenido en tres poderes independientes, fue por muchos años modelo de eficiencia y transparencia.
Después apareció un cuarto poder, la prensa, veedora y crítica de todo el proceso, a la que había que respetarle su independencia y sus fuentes de información. Pero un poder superior intervino para que todo se corrompiera: el dinero. Hay un libro, que se publicó a mediados del siglo pasado, que presagió lo que iba a pasar con las democracias: "Poderoso caballero es don dinero", de Arturo Abella. Si aún se consigue, lo recomiendo, aunque, como están las cosas, ya para qué. La perversión del sistema político, en Colombia y en casi todas partes, no tiene reversa.
Y lo que se ha visto, período electoral tras otro, en gobiernos sucesivos y con los inefables parlamentos, que más que generadores de leyes son empresas políticas altamente rentables, confirma una sentencia según la cual "no hay situación, por mala que sea, que no sea susceptible de empeorar". Se había preservado la justicia, hasta que el crimen organizado la puso de rodillas, por corrupción o por miedo; y los políticos le metieron la mano. Y a la prensa, entre amordazarla, amenazarla y comprarla, la desviaron de su destino.
Lo colombianos deberán elegir en octubre de este año gobernadores, alcaldes, diputados y concejales. La campaña, que apenas comienza, se parece más a una feria de pueblo, en la que desfilan candidatas a un reinado ilusorio, con más o menos ropa; se apuesta dinero en la mesa de "escalera, trompo y mariposa", según la capacidad del ingenuo jugador; se lanzan al ruedo de las bárbaras corralejas los más temerarios, para que se divierta un público embriagado; se exhiben caballares que alcanzan precios insólitos; hacen monerías los payasos, tras unas míseras monedas; y las autoridades promulgan bandos en los que se exaltan las virtudes del pueblo, su cultura y los valores humanos, pasados y presentes; y se invita a votar en los próximos comicios, para que el municipio "conserve sus valores democráticos y continúe su ruta hacia el progreso"; es decir, para que la gente elija a los amigos del alcalde, patrocinados por gamonales, mafiosos y contratistas. Los candidatos a cualquier cargo deben pagar el aval de apoyo a un directorio, cuya cotización es fluctuante: eso se llama discretamente SM (según el marrano). Y comprometerse, si salen elegidos, a cotizarle al directorio, "voluntariamente", parte de su sueldo; apoyar las iniciativas legislativas que convengan a sus intereses; otorgar los contratos de obras públicas a los políticos que apoyaron a los candidatos, en proporción a los votos obtenidos; y nombrarles sus fichas en los puestos. Esa farsa, o sainete, es lo que los que viven de ese negocio llaman "expresión democrática".
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