Las personas que regresan de sus periplos por Europa, en plan de turismo, y para darse el champú del viejo continente, cuna y nervio de la civilización occidental, especialmente los países escandinavos, después de lamentarse (especialmente las señoras) de lo caro que es todo y de ponderar la majestuosidad de palacios, basílicas, museos, teatros, parques y cementerios antiguos; y de describir maravillados los paisajes primaverales (los viajeros del trópico escogen la época de mayo, posterior al invierno y anterior al verano, ambos muy severos), comienzan a comparar el orden y la limpieza de las ciudades, la puntualidad y comodidad de los medios del transporte y la gentileza y disciplina social de la gente, con el caos y la suciedad de nuestros centros urbanos, el despelote del tráfico y el azar de enfrentarse en las calles a todo tipo de delincuencia, para concluir que "aquí sobrevivimos de milagro", como les afirman a familiares y amigos, que se tienen que aguantar las sesiones interminables para ver fotos y videos, y las explicaciones minuciosas de lo que les pasó en cada parte, con las anécdotas de los chascos, "por montañeros, mi querida", como les reconocen a los de más confianza.
Lo que les falta por entender a esos viajeros boquiabiertos es que esos países europeos les llevan milenios de maduración cultural a los del tercer mundo, cuyas civilizaciones autóctonas (incas, mayas, aimaras, muiscas, quimbayas…, de corte político-económico-social perfecto), ellos destruyeron con sus conquistas y colonizaciones, por la codicia del oro y otras riquezas, arropados con el piadoso argumento de cristianizar a los aborígenes, con lo que solo consiguieron empobrecerlos y corromperlos. Esos pueblos de refinada cultura, con sistemas político-económicos moldeados en un socialismo casi perfecto, como Suecia, Dinamarca, Holanda, Noruega y otros, pasaron por la barbarie de los antiguos nómadas; las Cruzadas y la Inquisición, en la Edad Media; las guerras de acomodo geopolítico, a conveniencia de castas gobernantes, de rancias tradiciones nobiliarias; y protagonizaron sucesivas guerras, provocadas por líderes paranoicos, para destruirse y reconstruirse alternativamente, como arman y desarman rompecabezas los niños.
Mientras no maduren los pueblos, formados en una educación para el bien común y el respeto por el derecho ajeno; y se supere la mentalidad del "primero yo", se seguirá viviendo la aventura del "sálvese quien pueda". Y mantendrán el poder los que tienen con qué ir a la fija, como el pomposo y arrogante representante de los ganaderos colombianos, que ante una convocatoria solidaria del sector privado, bajo el lema de Yo Puedo, para proponer el aporte de gremios y personas a la solución de los problemas del país, manifestó: "Yo puedo cumplir lo que me ordene la Ley". ¡Claro!, porque, si no, lo castigan o le imponen una multa.
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