Bécquer dijo: "Volverán las oscuras golondrinas, de tu balcón los nidos a colgar, pero aquellas que un día nos amaron, ésas, no volverán (…)", de modo que están perdidos los viejos que se aferran al recuerdo de tiempos idos, con el precario argumento de que "todo tiempo pasado fue mejor"; y la cogen contra el modernismo y cuestionan a los jóvenes, con otras frases recurrentes: "En mi época…" y "Estos muchachos de hoy en día…", con lo que solo consiguen amargarse la vida y que los aíslen familiares y conocidos, por cascarrabias y negativos.
Algún conferencista nos enseñó, en un seminario para el desarrollo de ejecutivos, que nada es perfecto, por lo que era necesario, a la hora de tomar decisiones, hacer un balance de las posibilidades, para lo cual sugería hacer una raya de arriba a abajo, en el tablero o en un papel, y poner a la izquierda los pro del asunto y a la derecha los contra, sumar puntos y hacer el balance, para establecer la conveniencia o inconveniencia de lo que se proponía, o de la persona a la que se estaba calificando. Eso debe hacerse cuando se compara el pasado con el presente. Y ahí entra en juego la actitud de las personas, sean positivas o negativas, pesimistas u optimistas, porque las unas miran las cosas por el lado pequeño del catalejo, para verlas más grandes; y las otras por el ancho, para verlas chiquiticas.
Heráclito enseñó que "todo cambia, todo se transforma", agregando que, cada que vamos al río, ni el río ni nosotros somos los mismos. Entonces lo prudente, para no dañarse la vida, e incomodar a los demás, es aceptar los cambios, adaptarse a ellos, seguir la corriente de las innovaciones, por lo menos hasta donde el caminado alcance, asombrarse como un niño ante los descubrimientos, los avances de la tecnología, y hasta los cambios del pensamiento político, económico y filosófico; eso sí, sin abandonar los principios éticos, porque la moral es una, basada en premisas inalterables, como el amor y el respeto. Confucio recomendó, 2.500 años antes de Cristo, que no se hiciera a los demás lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros. Y a eso no hay que cambiarle ni una coma. Y apenas hace poco más de un siglo don Benito Juárez, el prócer mejicano, afirmaba: "La paz es el respeto del derecho ajeno". Esas dos sentencias no admiten discusión. Otra cosa es que no se cumplan, y para esos son las leyes.
Los cambios en el ritmo de la vida, el asombro ante las innovaciones, las comodidades que brindan la tecnología, la ciencia y las costumbres deben aceptarse con complacencia y acomodarse a ellos, para alcanzar lo máximo a lo que puede aspirar un viejo: tranquilidad, para lo cual es bueno acogerse a otra norma, menos trascendental que las anteriormente citadas, pero igualmente válida: "Ni los quejidos ni los que joden".
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