Suena gracioso, pero así era. Durante la colonia española, sus majestades expedían normas para los dominios de ultramar, con flamante sello real, que demoraban meses en llegar, para que los súbditos que los representaban: virreyes, oidores, encomenderos y demás, engavetaran los lujosos pergaminos en los cajones del olvido, atenidos a una norma que hizo carrera: “Se obedece pero no se cumple.”
Cuántos años hace desde entonces y sigue pasando, a pesar de la velocidad de las comunicaciones y de los organismos de control, que supuestamente existen para vigilar que las leyes y las órdenes superiores se cumplan. El fenómeno se debe a que la burocracia (en Colombia y en casi todas partes), como lo demuestran testimonios que registran el cine, la literatura (Dostoievski, Kafka, Álvaro Salom Becerra y muchos más) y la experiencia personal, es mañosa, sibilina, escurridiza e inepta, en aquellos niveles donde se deben cumplir los trámites ordenados desde instancias superiores.
Con mayor razón si el burócrata tiene apoyo político o está amparado, como en nuestro país, por la carrera administrativa, que es un blindaje que se les dio a los empleados públicos para protegerlos de la mala costumbre de reemplazarlos cada nuevo gobierno, desde los niveles más bajos. “Tiemblen los porteros”, se decía en épocas del bipartidismo liberal-conservador. A muchos burócratas de oficio (porque no sabían hacer otra cosa) no les quedaba otro recurso que voltearse, para defender la “cuchara”.
Historia reciente son los “consejos comunitarios” del expresidente Uribe (2002-2010), en los que el mandatario oía con atención los reclamos de la gente y daba órdenes “perentorias” a ministros y otros altos funcionarios que lo acompañaban de que se atendieran; éstos tomaban atenta nota y trasladaban las órdenes a una instancia inferior y ésta a otra y la otra a otra, como en una cascada de autoritarismo, para que finalmente no se hiciera nada.
Cuántas reconstrucciones de poblaciones se han ordenado después de una tragedia invernal, “para ya”, y han pasado años para que se hagan realidad, por supuesto con los consabidos sobrecostos. Y cuántos puentes se han dispuesto como “prioritarios”, cuando en “el periodista soy yo” muestran a unos escolares cruzando una quebrada brincando de piedra en piedra y finalmente, si se hace, queda mal hecho porque el contratista que recomendó el político, para bajar costos y poder sacar las coimas, a la mezcla le echa una cucharada de cemento por carretada de arena. Pero ese el sistema, del que tanto se habla, con la intención los candidatos en cada campaña de corregirlo. Y nada de nada, desde Fernando VII hasta nuestros días.
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