En un sistema social de derecho, regido por normas que les dan sostenibilidad a las comunidades, en aspectos que tienen que ver con el bienestar general, hay ítems de gran sensibilidad humana, en los que no tiene por qué incidir la política electoral, para que sus dirigentes saquen provecho burocrático y económico; que en conjunto les garanticen el ascenso y permanencia en el poder. Esos ítems son: la salud, la educación, el trabajo, la cultura y la paz. Es una verdadera desgracia que, cuando se implementa un sistema para administrar los recursos económicos de la salud, ipso facto se vinculen a él los políticos, a través de empresas de papel o por interpuestas personas, no con el objetivo altruista de servir, sino para lucrarse con las tajadas que les sacan a los recursos y para conseguir adeptos, canjeando tratamientos y otros servicios de salud para los más pobres, por votos. Igualmente perverso es montar empresas electorales sobre el universo del magisterio, poniendo por encima de la calidad de la educación el tráfico de nombramientos, traslados y ascensos, que les garanticen a los políticos ingresos económicos, provenientes de las “vacunas” a los maestros, y votos. También el trabajo, que es un derecho sagrado, porque de él depende la manutención de las familias, es utilizado para el tráfico de esclavos burocráticos, especialmente en aquellos lugares donde el estado es el único empleador. Eso también les produce réditos a los políticos, porque, aunque estén prohibidas por ley las contribuciones de los empleados públicos a los directorios, persisten los aportes “voluntarios”, que son como la espada de Damocles, puesta sobre las cabezas de los servidores públicos. “La cultura no da votos”, decía “el mejor senador del mundo” (según sus incondicionales), cuando en la repartición de las tajadas presupuestales apenas permitía que a las expresiones artísticas, al patrimonio arqueológico y arquitectónico y al deporte, solo les cayeran las migajas de la mesa del estado Epulón. Y la paz, que es principio y fin de la moral y aspiración suprema de los pueblos, la mezquindad de algunos políticos la utiliza para cumplir el objetivo arrogante de Luis XIV: “Dividir para reinar”. Y esto pasa en infinidad de países, en los que la política no es el arte de gobernar, sino una forma de conseguir riqueza y poder, pasando por encima del bienestar de las mayorías que los líderes dicen representar. Éstos no trabajan por el bienestar de las futuras generaciones, sino para los resultados de las próximas elecciones, y la salud, la educación, el trabajo, la cultura y la paz solo los motivan cuando producen plata y votos. En cuanto a la paz, ellos, los políticos, no se detienen a pensar en la lógica de que “(…) en la paz, los hijos entierran a los padres; en cambio en la guerra los padres entierran a los hijos”.
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