A los columnistas de los periódicos les escriben algunos lectores comentando sus artículos. Como en botica, hay de todo: elogiosos, complementarios, contradictores e insultantes. Estos últimos, por supuesto, no pueden contener palabras "boquisucias". Pero insultar tiene muchas formas: sutiles, irónicas, despreciativas y descalificadoras, que pueden ser más hirientes que un madrazo. Como cuando, por la foto que ilustra la columna, sin necesidad de que el corresponsal conozca al cronista, lo trata de "demente senil", si no le gusta lo que dice.
El tema más sensible, sin duda, es la política. Porque en historia, filosofía, arte, literatura y otras materias, más del espíritu que de la praxis cotidiana, puede haber opiniones divergentes pero no posiciones radicales y agresivas. Es decir, que dos individuos se pueden matar por estar o no de acuerdo con determinado jefe político, o con un candidato presidencial o con la forma como se maneje un proceso oficial, como una reforma tributaria o el actual proceso de paz. Pero nadie va a coger un machete, o a sacar el revólver, para decirle a otro "salga pa’llí", porque le guste más Goya que Velásquez; esté más de acuerdo con Kant que con Nietzsche; prefiera a Wagner más que a Mozart; disfrute a Shakira por encima de Paloma San Basilio; o se enrumbe mejor con salsa que con boleros y pasodobles. Otra cosa es el fútbol, pero ese es un caso de alta psiquiatría, que nadie va a entender nunca que un tipo le pegue una puñalada a una persona que no conoce, porque tiene la camiseta de un equipo distinto al de sus afectos.
Este columnista, que no es humilde servidor de nadie, ha manifestado reiteradamente que es liberal, es decir, librepensador y tolerante con las ideas ajenas. Eso no tiene nada que ver con el Partido Liberal, ni con ningún dirigente político. El último jefe que reconoció, por su ideario como estadista y pensador, fue a Alfonso López Michelsen. Tiene el orgullo de ser amigo de un gran liberal, tal vez el último que queda: Otto Morales Benítez. Siguió a distancia los pasos de "la conciencia jurídica del liberalismo", el maestro Darío Echandía. Supo de los grandes maestros, formados en la cultura clásica y renacentista y en el iluminismo de los enciclopedistas, que transmitieron sabiduría a sus alumnos y formaron magistrados ante cuyos fallos cualquiera se quitaba el sombrero, estuviera o no de acuerdo con ellos. Recordemos al doctor Ricardo Hinestrosa Daza y a Fernando Hinestrosa Forero, su hijo; al constitucionalista Carlos Restrepo Piedrahíta, al padre Giraldo, jesuita de la Universidad Javeriana, y a don Agustín Nieto Caballero, por citar unos pocos que enaltecieron la cátedra.
De modo que los corresponsales que por el hecho de defender este cronista el proceso de paz lo tildan de santista o antiuribista, están tirando el chorro muy lejos del coco. El único título que reclamaría es el de buen colombiano. De modo que cálmense.
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