Dos protagonistas, suficientes para sacar la tarde adelante: Ramsés y el encierro de Juan Bernardo Caicedo. No hizo falta más. Quizás un final más digno. Pero la historia ya estaba escrita antes.
En orden, vamos con Ramsés y esa puerta grande que tiene todo menos de milagro u ocasión. Desde cuando el hijo de Alberto Ruiz ‘El Bogotano’ irrumpió en el firmamento taurino nacional, ha dado estos golpes de opinión. Además, con la autoridad de quien parecería torear más.
Y volvió a hacerlo. En dos faenas en las que abundaron los recursos para llegar a tierra firme. Se dirá que los toros le hicieron la vida fácil. No. Los toros de Juan Bernardo Caicedo - los toros de ese encierro de excepcional presentación – no estaban para hacerle la vida fácil ni a Ramsés ni a nadie. Estaban para exigir y dar la pelea. Otra cosa era saberles hacer las cosas.
Y Ramsés supo cómo. En especial en ese cuarto de la tarde con el que plantó un duelo de grandes, con un detalle nada menor: al toro parecía sobrarle voluntad y faltarle fuerza. El asunto entonces era encontrar el punto de equilibrio para que lo uno, las ganas de triunfar, no se llevarán por delante lo otro, las posibilidades del toro de responder a la lidia.
Y el de Bogotá lo encontró. No de cualquier manera, sino haciendo de su muleta la guía que marcaba los viajes, siempre sin atosigar a ‘Marino II’ que, a medida que pasaban las tandas, parecía más repuesto. Todo ello, con un temple que, en esencia, no cambió en los recorridos largos y emotivos por la derecha y menos sobre la mano izquierda. E incluso en esas tandas recogidas, de terrenos estrechos. Una obra concreta, firme y decidida. Como el espadazo que trajo los trofeos, empujados, principalmente el segundo, por unos tendidos henchidos de orgullo nacional y, al mismo tiempo, de la sensibilidad que brota de lo hecho con clase.
En el primero, otro toro encastado que clamó distancias, Ramsés comenzó mejor de lo que terminó, pero a la gente le gustó su apuesta del todo por el todo. Por eso pidió la oreja, concedida, tras otra estocada de colección.
Lo demás se fue sin mayores huellas. Quizás sí, ese primer tiempo del segundo de la corrida, un jabonero aleonado precioso que se movió con gusto y categoría en el capote de Miguel Ángel Perera, para luego irse quedando, a pesar de que ni siquiera lo picaron. En el otro capítulo del mismo toro, hubo enganchones y poca limpieza en la faena del extremeño, con un toro más a la defensiva. Oreja más fruto del entusiasmo que otra cosa.
El quinto no tuvo alegría, como tampoco asomó ella en Perera, muy distante del torero convencido de un par de temporadas atrás.
Y Pablo Hermoso de Mendoza pudo arañar algo pero se quedó en blanco, tras afrontar la escasa movilidad del serio tercero, que no terminó de romper. Aparte de esa racha de fallos con el rejón de muerte que ya debe tener preocupados al navarro y a su cuadra.
Y en el sexto, que pareció un tren de salida, las ilusiones se rompieron de inmediato, tras la invalidez por lesión en una de sus extremidades anteriores. El sexto bis también apareció con un problema de locomoción que convirtió su lidia en un número que no merece mayor comentario por la desigualdad de los contendientes.
Ficha de la corrida
Feria de Manizales 2017
Cuarta corrida de abono
7 de enero
Ramsés
Turquesa y oro
Oreja y dos orejas
Miguel Ángel Perera
Aceituna y oro
Oreja y silencio
Pablo Hermoso de Mendoza
Palmas y silencio
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015