23 de junio de 2016 es ya una fecha histórica. Es cierto que en los acuerdos ya firmados hay temas pendientes y complejos. Aún falta definir, por ejemplo, el número de hectáreas que serían distribuidas por el Fondo de Tierras y el número de familias beneficiarias. Tampoco hay claridad sobre el número de Circunscripciones Transitorias Especiales de Paz: ¿Cuántos serían los representantes elegidos en esas circunscripciones y por cuántos períodos? Todavía hay que aguardar el pronunciamiento de la Corte Constitucional sobre la validación o no del plebiscito como mecanismo de refrendación de los acuerdos. Una noticia muy positiva es que las Farc también están a la espera de ese pronunciamiento. En fin, el día D de la firma del acuerdo final está cerca pero no, a la vuelta de la esquina.
Lo otro que tampoco está a la vuelta de la esquina es la paz. A pesar de la enorme importancia que reviste un acuerdo con las Farc, hay que recordar, como lo hizo esta semana LA PATRIA en su comentario editorial, que si la guerra con el Eln continua, “la paz seguirá lejana y apenas se habrá logrado un paso muy importante con las Farc, pero insuficiente para el objetivo final.” En todo caso, una vez se firme el acuerdo final en La Habana, habrá terminado la escisión más honda y duradera de nuestra comunidad política. Desafortunadamente, ese no será un acuerdo comprehensivo de paz en el sentido de involucrar a todos los actores del conflicto armado. Sin embargo, sin las Farc como competidor armado del Estado, nuestras Fuerzas Armadas podrán concentrar sus esfuerzos para combatir al Eln y a las bandas criminales con una efectividad mucho mayor que la que tendrían si las Farc siguieran alzadas en armas.
Hay que advertir que el acuerdo que se firme en La Habana es condición necesaria para la paz pero no condición suficiente. Pero esta aclaración y el hecho de señalar las enormes dificultades e incertidumbres que aún enfrenta el proceso, no puede conducir a subestimar la importancia histórica de lo alcanzado hasta ahora. Nunca se había llegado tan lejos en el propósito de poner fin a la guerra. Los Acuerdos de la Uribe firmados en marzo de 1984 entre el gobierno de Betancur y las Farc, fueron un rotundo fracaso. Esos acuerdos incluyeron un compromiso de cese bilateral del fuego que fue prorrogado después de un año en forma indefinida. El problema es que se trató de una tregua sin zonas de concentración, sin una agenda precisa y sin un cronograma para la dejación de armas. Lo único bueno de esos acuerdos fue que de la vaguedad del compromiso gubernamental con la superación de las “causas estructurales” del conflicto, surgió el Plan Nacional de Rehabilitación: un intento importante aunque limitado de construcción estatal en regiones social e institucionalmente débiles.
Los diálogos de Tlaxcala durante el gobierno de Gaviria y las conversaciones entre el gobierno de Pastrana y las Farc, también fracasaron estruendosamente. De hecho, lo del Caguán no alcanzó realmente el nivel de un proceso de paz: no había agenda (contrastan severamente los 100 puntos del Caguán con los seis puntos de la agenda de La Habana), y en lugar de rondas organizadas de negociación directa y discreta entre las partes, había una fila interminable de discursos. Además, en lugar de un acuerdo como el del pasado 23 de junio que plantea 23 zonas veredales transitorias (seis meses), sin retirada del Estado, con un mecanismo de monitoreo y verificación tripartito y con un cronograma preciso para la dejación de armas, había una zona de distensión de 42 mil kilómetros cuadrados concedida de antemano a las Farc en su momento de mayor crecimiento militar.
Los únicos acuerdos exitosos con grupos guerrilleros fueron aquellos firmados con el M-19, el Epl, el Prt, la Corriente de Renovación Socialista (disidencia del Eln) y el Quintín Lame, durante los gobiernos de Virgilio Barco y César Gaviria. Con las Farc, la guerrilla más grande y longeva del hemisferio occidental, no se había estado tan cerca de firmar un acuerdo de paz viable y razonable. Los miembros del equipo negociador y especialmente Humberto de la Calle, merecen todo nuestro reconocimiento.
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