Uno de los análisis más importantes sobre la realidad colombiana de mediados del siglo XX, es el informe que publicó la Misión de Economía y Humanismo liderada por el economista francés Louis Joseph Lebret. La investigación para el informe comenzó en 1954, y luego de varios contratiempos, sus resultados fueron entregados al Comité Nacional de Planeación en 1958. Allí se identificaban varios factores que según Lebret retardaban el desarrollo de Colombia: la estrechez del mercado asociada a la baja capacidad de compra de las masas rurales y urbanas, el despilfarro y la tendencia a la especulación financiera y con la tierra, el bajo nivel cultural de la población en general y, sobre todo, la falta de conciencia acerca de las exigencias del bien común. Varias de esas características, aunque se expresen en forma diferente, persisten en la actualidad.
Sin embargo, quizá el factor más constante, más dañino y que explica en buena medida a los demás, es el de la poca conciencia sobre la importancia del bien común o del interés público. De hecho, muchos años después del Informe Lebret, esa falencia fue reiterada por un equipo de intelectuales y académicos que liderados por Hernando Gómez Buendía, se refirieron a ella como la hipótesis del almendrón.
La idea del almendrón apareció en una compilación de textos publicada en 1999 bajo el título ¿Para dónde va Colombia? En ese trabajo, financiado por Colciencias, participaron los expresidentes Belisario Betancur y Alfonso López Michelsen, y académicos de la talla de César Vallejo Mejía, Miguel Urrutia, Boris Salazar, María Teresa Uribe, Francisco Gutiérrez, Luis Jorge Garay, entre otros. El planteamiento central del almendrón es que en Colombia la racionalidad individual conduce al fracaso de la racionalidad colectiva. En palabras de Hernando Gómez, el almendrón corresponde a “esa mezcla de racionalidad privada e irracionalidad pública” que configura “una forma de organización, un sistema de señales e incentivos que al mismo tiempo premia la viveza individual (fuente de nuestras virtudes) y desestimula la producción y el respeto por los bienes públicos (que es el común denominador de nuestras dolencias).”
Evidencia importante a favor de la hipótesis del almendrón la podemos encontrar ahora en los chantajes que diferentes sectores vienen insinuando para votar afirmativamente el plebiscito sobre los acuerdos de paz de La Habana. El pasado 16 de agosto Juanita Vélez publicó, en el portal La Silla Vacía, una nota titulada “El Precio del Sí” en la que señala que voceros de los taxistas votarían por el “Sí” siempre y cuando el gobierno saque a Uber de circulación, que campesinos de Doncello en el Caquetá condicionan su voto por el “Sí” a la salida de las petroleras de su municipio, que el director de la Unidad de Víctimas ha recibido cartas de organizaciones de víctimas que advierten que si no se reúne con ellas votarán por el “No”, que los camioneros insisten en que si no se bajan los peajes votarán por el “No”, que políticos de diferentes partes del país también le ponen condiciones al gobierno para votar por el “Sí”, y que en definitiva cada quien quiere sacar partido de la decisión política más importante para el país en varias décadas.
Parece que somos un país de tontos racionales. Para el economista indio Amartya Sen, un tonto racional es aquel que es incapaz de valorar la importancia que tiene, para su toma de decisiones, algún tipo de información moral diferente a la de su propia, exclusiva utilidad o ventaja particular. El tonto racional es, en palabras de Sen, “un retrasado mental desde el punto de vista social”. Así, entre tontos racionales dispuestos al chantaje, vendedores de una renegociación que no es viable (y ellos lo saben), gentes de buena fe que les creen, más los que simplemente odian a Santos (olvidando que el plebiscito no es sobre la gestión del presidente), tenemos una coalición a favor del “No” que debe ser derrotada por un sentido moral que apele a la responsabilidad que tenemos con nuestra generación y con las que vienen. El acuerdo alcanzado esta semana es condición necesaria para la paz. No es suficiente pero sí es indispensable. Tenemos que derrotar a nuestro almendrón.
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