Ante la avalancha cotidiana de abusos y ultrajes en contra de las mujeres, decidí dedicar esta columna a una de ellas: A Débora Arango, la pintora antioqueña que desafió el moralismo pacato de la sociedad colombiana de los años cuarenta y cincuenta y que navegó, durante buena parte de su existencia, a contracorriente de las tendencias dominantes en el arte y en la crítica, la cual, solo en los años ochenta, reconoció sin titubeos toda la importancia y valor de su obra.
Por estos días, las imágenes de Débora Arango y de Virginia Gutiérrez, la antropóloga santandereana que contribuyó a la comprensión de nuestra diversidad étnica, empezaron a circular de mano en mano con la emisión de los nuevos billetes de dos mil y diez mil pesos. En efecto, el pasado 29 de noviembre en Casablanca -la que fue la casa de la artista en Envigado- se hizo el lanzamiento del nuevo billete de dos mil pesos que incluye el rostro, el cuerpo entero de Débora, un pájaro cardenal en referencia a su pintura Las Monjas y el Cardenal, fragmentos de otras tres obras y, un microtexto que recoge aquellas palabras pronunciadas por primera vez en una entrevista a fines de los años treinta, en la que afirma que el arte no tiene que ver con la moral. Una visión que parecería replicar la del movimiento esteticista de la Inglaterra victoriana plasmada por Óscar Wilde en el prefacio de su novela El Retrato de Dorian Gray.
Sin embargo, así como en la historia de Dorian Gray hay finalmente, según el propio Wilde, un mensaje moral que previene contra las consecuencias de todo exceso tanto en la búsqueda como en la renuncia al placer, en la obra de Débora Arango hay una profunda preocupación moral por la subordinación de la mujer, la corrupción en la política y la violencia, la siempre absurda violencia. Su rechazo al vínculo entre arte y moral es el rechazo a la miopía de cualquier valoración moralista del arte, interesada menos en el arte en sí, que en disimular, tapar y esconder tras narrativas de armonía, belleza y estabilidad, lo dislocada, grotesca y azarosa que es o puede ser la sociedad. Ese moralismo fue el que condujo, por cuenta de las diatribas de Laureano Gómez quien etiquetó el trabajo de Débora como “arte bárbaro,” a la clausura de la exposición que en 1940 en Bogotá, estaba organizando el Ministro de Educación de ese entonces, Jorge Eliécer Gaitán, en el Teatro Colón.
No soy un experto en arte y menos en pintura. Sin embargo, tuve la fortuna de leer con fruición la rigurosa investigación “Débora Arango, Narrada y Narradora. Obra, Recepción y Crítica” escrita por la maestra en Artes Plásticas, Lina María Ramírez Mesa. Un trabajo bellamente escrito que indaga acerca de las razones del reconocimiento tardío del aporte de esta gran mujer y artista colombiana y que explora las dinámicas, temporales y narrativas, presentes tanto en sus pinturas en sí mismas como en las percepciones y reacciones suscitadas por obras como Amargada, La Huida del Convento, Adolescencia, El Tren de la Muerte, Masacre del 9 de Abril, Rojas Pinilla y otros trabajos que, como explica Ramírez Mesa, tienen fuerza, “color saturado, formas rellenas con colores enérgicos” fruto de “pinceladas rápidas y seguras” en las que sin embargo, “se lee cierto nerviosismo en su aplicación”.
Aunque ser discípula del escultor y muralista Pedro Nel Gómez la condujo hacia la pintura narrativa y figurativa de los llamados nacionalistas que, como los grandes muralistas mexicanos, buscaban exaltar la identidad de la nación y el pueblo, Débora se alejó de la exaltación para enfocarse en el carácter sórdido de la dominación y la violencia, y eso, no gustó. Como tampoco gustó que sus desnudos no fueran idealizaciones sino mujeres reales, estupendas pero desgarradas, emancipadas pero inquietas por las consecuencias de la afirmación de su libertad.
Que este homenaje, que en buena hora hace el Banco de la República, promueva el reconocimiento del valor e importancia de la mujer y que cada billete que circule sea una invitación para poner fin a la cultura de menosprecio y violencia contra las niñas y mujeres de Colombia.
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