El miércoles vi un documental sobre la guerra en Colombia, lo que me pareció más interesante es que mostraba las dos caras de la moneda; la del Ejército y la de la guerrilla. En medio de los dos la población civil y otros actores, para mí desconocidos, los erradicadores de cultivos ilícitos; campesinos que por un salario de aproximadamente un millón de pesos al mes, se arriesgan a ir a zonas sembradas de coca para arrancar los arbustos de forma manual, muchas veces rodeados de minas que han puesto los guerrilleros para cuidar “las maticas”.
El documental fue realizado por el periodista español David Beriain, para Discovery Channel, como parte de la serie Amazonas Clandestino. En él entrevista a comandantes del Ejército y soldados, a quienes acompaña en su misión de proteger a los erradicadores de coca, los cuales se enfrentan al peligro de las minas y de los francotiradores que cuidan los cultivos. También fue admitido en el campamento del frente 48 de las Farc, donde logra entrevistar a varios de sus miembros, entre ellos a su comandante y a una guerrillera de 17 años. La muchacha cuenta que se enlistó a los 11 años, luego de presenciar la muerte de su padre y hermano a manos de los paramilitares.
Muchos de nuestros compatriotas se han llenado de razones para matar; económicas, ideológicas, por venganza, por oficio. Ahora tenemos que llenarnos de razones para acabar con la guerra. Existe un problema muy complicado y profundo que subyace en este conflicto y es el del narcotráfico. El cultivo de la coca sigue siendo un medio de subsistencia para mucha gente y uno de los principales retos del gobierno será ofrecer opciones para que estas personas aprendan a vivir de otra manera, si no es así, los que ahora son guerrilleros se convertirán en miembros de ejércitos privados de los narcotraficantes y responderán a un solo comandante: el comandante dinero.
Estamos en un momento crucial en nuestro país, se nos ofrece un primer paso para empezar a construir una conciencia pacífica, son muchos los problemas que quedan por resolver, el reto es grande, los cambios tienen que ser profundos; unos asumidos de manera individual, pues el que anda armado, el que se va para un estadio dispuesto a pegarle a los hinchas del equipo contrario o el que hace justicia por su propia mano no está tan alejado del que está en el monte luchando. Existen otros cambios que tenemos que enfrentar como sociedad; tomará generaciones para que erradiquemos la violencia de nuestra manera de vivir y de ser colombianos, pero alguien tiene que empezar, podemos ser nosotros. Habrá otros que se llenen de razones para prolongar esta guerra, he ahí el valor del perdón, porque si no hay perdón nunca podremos construir la paz. Existen heridas, son hondas, pero la única manera de empezar a sanarlas es perdonando. Hace 60 años había una guerra a muerte entre liberales y conservadores en este país, ahora parece inconcebible que un colombiano mate a otro porque no comparten las ideas políticas, esto es una muestra de los odios que hemos superado: Sí se puede perdonar.
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