Dicen que Gabriel García Márquez sentenció alguna vez que no le gustaba viajar en avión porque el alma llegaba días después de que aterrizara el cuerpo. Ahora que en las redes sociales le atribuyen todo tipo de textos cursis de autoayuda a Borges, Gabo y otros escritores, sin que ellos puedan defenderse, me gusta pensar que la frase del cuerpo y el avión sí es de García Márquez, porque describe con precisión ese desasosiego, tan común por estos días, que produce el fin de las vacaciones: el calendario indica que ya es hora de volver a trabajar pero el espíritu persiste en quedarse de paseo.
Como debemos volver al trabajo (por fortuna y que no nos falte), entonces sigamos de vacaciones a través de los libros, el artefacto perfecto para salir de viaje. Leí hace poco El mapa de Sara, la novela juvenil que publicó el año pasado Octavio Escobar Giraldo, y me pareció bonito encontrar en sus páginas referentes conocidos como las competencias de carritos de balineras, Villa Pilar, las cometas de Chipre, las arepas, el hogao y el Instituto Universitario.
No es una novela costumbrista, pero para seguir con los referentes locales me gustó que le dedique varias páginas al Nevado del Ruiz, a la laguna verde, el valle lunar, los arenales y todas las maravillas que rodean nuestro Parque Nacional Natural de los Nevados, tan fotografiado y tan poco visitado. Así como hay bogotanos que jamás han subido a Monserrate, hay muchos caldenses que jamás han ido al Nevado.
En 2016 Estados Unidos celebró 100 años de la fundación del Servicio de Parques Nacionales, que incluye el cuidado de reservas como el Gran Cañón, Yosemite, las Montañas Rocosas y Yellowstone, entre otros. La revista National Geographic publicó que aunque los visitantes en 2016 a los parques naturales estadounidenses superan los 60 millones de personas, se trata de una cifra récord que hay que leer con pinzas: el porcentaje de población que visita los parques es cada vez menor y a los jóvenes millennials, a diferencia de sus padres, no les entusiasma este tipo de viaje. En el campo no hay internet y la señal de celular falla. Viajar sin poder subir inmediatamente las fotos a una red social parece que no resulta atractivo para las nuevas generaciones, a las que desconectarse les parece una pesadilla y no un descanso.
Nadie quiere buses llenos de turistas que lleven miles de personas a los parques naturales, a que hagan paseos de olla mientras oyen música a todo taco, dejen basuras, bolsas plásticas y arranquen matas para sembrarlas en la casa “a ver si prenden”. No obstante, que los jóvenes no visiten los parques naturales inquieta porque resulta difícil proteger, preservar y cuidar lo que no se conoce. Consciente de eso, cuenta la National Geographic que “una iniciativa titulada Todos los niños en un parque, que presentó el presidente Barack Obama, ofreció a todos los niños de cuarto de primaria y sus familias la entrada libre a los parques nacionales durante el año escolar y las vacaciones de verano pasadas”.
Qué bueno sería promover algo similar acá. Como por razones de salud hay restricciones para que los niños pequeños suban hasta el nevado, entonces se podría copiar la idea gringa con variaciones: Que todos los jóvenes de último grado con sus familias tengan entrada libre a los parques nacionales y que se promueva, con transporte y guía, la visita ordenada, silenciosa, a ver si empezamos a conocer nuestras propias maravillas, que tanto descrestan a los turistas extranjeros.
La defensa que hizo la comunidad de la vereda Gallinazo sobre la amenaza minera fue posible por el conocimiento que la gente tiene de este territorio rico en agua. Algo similar habrá que hacer sobre la reserva de Río Blanco, bosque de niebla privilegiado para el avistamiento de aves, que atrae a ornitólogos de todo el mundo, pero que está en la mira de desarrollos constructores e hidroeléctricos.
El Nevado del Ruiz o Cumanday, el de Santa Isabel, la selva de Florencia, el Santuario de Flora y Fauna Otún Quimbaya, el Valle del Cocora, la reserva del Río Blanco e incluso Monteleón son algunos de los paisajes amenazados no solo por el cambio climático, sino por actividades de minería, ganadería y tala indiscriminada, así como por el afán urbanizador de quienes en toda montaña ven terreno abonado para edificios.
Un buen propósito para 2017 puede ser ir a visitar, con respeto y cuidado del entorno, estos lugares. Hacer un “Viaje a pie”, como el que llevó a Fernando González hasta el Ruiz en 1928, antes de que las únicas nieves perpetuas que queden sean las que describió el filósofo de Otraparte en su libro, o las que trae Octavio Escobar en su bella novela.
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