Hace poco la Alcaldía de Manizales desmintió un rumor que circuló por redes sociales según el cual el municipio iba a matar 200 perros. La información resultó tan falsa como otra que decía que instalaron fotomultas en la Avenida Santander.
Si los funcionarios deben vivir pendientes de Facebook y Twitter da pie para otra columna. Lo que me interesa ahora es el rumor, el chisme que alguien genera con quién sabe qué intención y que se expande a velocidad de vértigo porque hay incautos que lo creen y replican.
El proceso de paz, por ejemplo, ha sido blanco de todo tipo de rumores. Desde “Santos le está entregando el país a las Farc” hasta “los guerrilleros tendrán sueldo de $1.800.000”. La desinformación es tal que la Presidencia creó el sitio web “Mitos sobre el proceso de paz”, pero el rumor va más rápido y hay gente convencida, con certeza invencible y cerrada a escuchar argumentos contrarios, sobre la verdad inequívoca de afirmaciones falsas.
En diciembre el rumor de moda fue el IVA. Las propuestas (apenas propuestas) de una comisión de expertos se convirtieron por arte de magia, o mejor por arte de redes, en verdad revelada: El IVA va a subir del 16% al 18%. ¿Quién da más? al 22%. ¿Alguien da más? Sube el mes entrante. La semana entrante. Subió ayer. Y quedó en 25%. Y la gente multiplica el mensaje como si nada, como si una reforma así no tuviera que pasar por el Congreso y tardara meses en implementarse. Un insulto a la inteligencia que asiste impotente a pseudodebates basados en argumentos falaces, que a falta de razones crecen a punta de ruido, de gritadera.
Los medios de comunicación cumplen las funciones de educar, informar y distraer. En esa clásica división Sábados Felices busca entretener y Noticias Uno informa. Las redes sociales en principio entretienen, pero cada vez es más la gente que las usa como fuente de información, a veces única. Así por ejemplo, le dicen a uno que descubrieron que las uvas dan cáncer o que tal persona es un ladrón. ¿Y cómo te enteraste? Me llegó por un grupo de whatsapp.
En una democracia sin censura por supuesto que la gente es libre de entretenerse poniendo a circular basura. A la contaminación auditiva y visual se suma ahora la digital. Recibimos memes con chistes cargados de homofobia, machismo y racismo, o imágenes sobre frutas que envenenan, luces extraterrestres, fantasmas en fotos caseras, ratones en botellas de gaseosa, billetes falsos, el Apocalipsis con rostro del político de turno. El miedo omnipresente como estrategia de dominación.
Que la gente produzca y circule mentiras tiene como límite la injuria, la calumnia o el pánico económico. Lo que me llama la atención es que haya tantas personas que se preocupen con el bullying pero promuevan el matoneo virtual en un entorno en el que cualquier cosa puede volverse viral, y que crean en fantasías como si fueran dogmas de fe.
En una época en que la sociedad ha alcanzado los mayores niveles de educación de la historia, y que dicha educación se supone nos hace más racionales y críticos de la información y sus fuentes, son miles los que repiten como loros, es decir como animales y no como seres pensantes, cualquier chisme o falacia, sin importar qué asidero tiene, haciendo su pequeña contribución a la polarización y la idiotez. Como si el nazi Joseph Goebbels no nos hubiera enseñado bastante sobre desinformación y propaganda.
Para todo hay refranes y la sabiduría popular resumió el tema con dos sentencias: Calumniad que de la calumnia algo queda, y con Cuando el río suena piedras lleva. Recuerdo una escena de la película La Duda, protagonizada Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman. Él le pide a ella que se suba a un techo y corte una almohada. La pantalla se llena de plumas que vuelan en todas las direcciones. Al otro día él le pide que vuelva a juntar las plumas y ella replica “es imposible. No sé a dónde fueron”. “Eso mismo es el chisme”, contesta él.
La duda. Justo eso es lo que hace falta antes de compartir, replicar, o dar clic a cuanta bobada circula por Whatsapp, Facebook y otras redes. Porque para eso también sirven: para desnudar el tamaño de nuestra propia estupidez.
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