Terminaron ayer los maravillosos Juegos Olímpicos y mi agenda personal del gozo se apresta a una nueva temporada de disfrute: la próxima semana comienzan dos citas locales que sin comprar tiquetes ponen la mente en modo viajero: el mundo viene a Manizales.
El 30 de agosto empieza la VII Feria del Libro y del 2 al 11 de septiembre será el XXXVIII Festival Internacional de Teatro de Manizales. Dos espacios culturales que sirven para ver con otros ojos, como dice el bonito slogan del Festival de este año, pero que además construyen ciudadanía, no solo por las cifras que mueven en términos de plata y marketing de ciudad, sino también porque fomentan el debate y la reflexión.
Viví muchos años en Bogotá, en donde todos los días hay una nutrida agenda cultural con salas llenas. Sin embargo desde que volví a Manizales he podido ir a más conciertos, ver más teatro y leer más. Acá hay menos oferta cultural pero hay un entorno que favorece el consumo: más tiempo libre, distancias cortas, pocos trancones, seguridad en las noches, boletas más baratas e incluso posibilidad de ir gratis a verdaderos banquetes como el Festival Internacional de Música Cima de la semana pasada, o a los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Caldas, la Orquesta de Cámara, la Banda Municipal, o los que organizan el Banco de la República, el Colombo Americano y las universidades de Caldas y la Nacional, entre otros.
Es apenas lógico que una ciudad que aspira ser Campus Universitario le apueste en serio al fomento de las diversas expresiones culturales y por eso es tan positivo el avance en la construcción de la nueva sede del Banco de la República y del Centro Cultural Rogelio Salmona de la Universidad de Caldas. Ambos espacios serán inaugurados en pocos meses y además de dinamizar los sectores del centro y el estadio, revolucionarán la oferta cultural de la ciudad, con sus bibliotecas, exposiciones de arte y espacios para la música. El Salmona tendrá un teatro para artes escénicas con las mejores condiciones técnicas de la región.
Quehacer Cultural celebra por estos días 30 años de circulación mensual bajo la batuta de María Virginia Santander y la Revista Aleph que dirige Carlos Enrique Ruiz festeja 50 años de publicación trimestral. Ambos impresos son evidencia de que “la inmensa minoría” de la que hablaba el recientemente fallecido Álvaro Castaño Castillo tiene aquí un público cautivo. Y si no que lo digan quienes en el puente pasado disfrutaron del Festival del Pasillo en Aguadas y el Encuentro de la Palabra en Riosucio.
De acuerdo con el informe de Calidad de Vida que entregó hace poco Manizales Cómo Vamos, esta ciudad es después de Bogotá la de más altos índices de lectura de libros y de asistencia a teatro, lo cual se explica no solo por el Festival, sino también por la bien articulada Ruta del Teatro que incluye siete salas. Además, junto con Ibagué, Manizales tiene la mejor asistencia a conciertos y es, después de Barranquilla, la de más concurrencia a actividades culturales. No obstante, el informe advierte que falta descentralizar la oferta para incluir a los estratos bajos, el sector rural y las mujeres.
Por supuesto faltan cosas: Museos y bibliotecas públicas bien dotadas que abran en el horario del ocio, es decir por las noches, fines de semana y festivos; más espacios como Cinespiral para ver cine independiente, actividades de calidad para los niños, galerías de arte y cierta estabilidad en las políticas de estímulos para que los hacedores culturales trabajen más en la creación y menos en el rebusque.
Y ahí viene un tema espinoso: ¿Deben los recursos públicos financiar la cultura? ¿Cuál cultura? Sobre el Festival de Verano que realizó hace un mes la Alcaldía durante tres días con un costo de $290 millones leí ¿La parranda es cultura?, un texto en el que José Díaz escribe en su blog: “Hoy sin Manizales Grita Rock -pero antes sin Jazz, Poesía, Piano y otras tantas iniciativas que han muerto por falta de apoyo- somos una ciudad, agonizando intelectualmente, atrapada en el populismo”.
Cultura y cultivar tienen la misma raíz latina. Esperaría uno que los exiguos recursos públicos para la cultura se destinen al cultivo del espíritu y el intelecto. Lo demás es pan y circo. O guaro y discoteca, que son asunto comercial y del mercadeo; no de la política pública de cultura.
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