Se preguntó hace poco el alcalde de Cartagena “¿de qué le sirve la filosofía a un joven pobre? Tenemos que darles herramientas a los muchachos para que, verdaderamente, puedan salir adelante”.
Para que “verdaderamente podamos salir adelante” de este atolladero en el que nos tiene la democracia que le da triunfos al Brexit, el No y a Trump, por no hablar de los políticos locales que cabrían en el mismo paquete de tristezas electorales, hace falta mucha filosofía: para razonar, debatir, interpretar y entender por qué pasa lo que pasa, tanto aquí como al otro lado del mundo.
Aunque las derrotas electorales a los ideales demócratas y progresistas tienen contextos particulares que los explican, encuentro en común una pregunta que ha sido recurrente en la filosofía, desde Platón hasta Descartes: ¿Qué es la realidad? porque a veces lo que consideramos “real”, es solo un artificio o una burbuja. Los reality show nos recuerdan eso: que lo que se ve como realidad puede ser solo una puesta en escena. Como en la película The Truman Show.
Esa es la sensación que me dejó la plebitusa del 2 de octubre y la trumpada de la semana pasada: las últimas elecciones han puesto en evidencia las burbujas en las que vivimos. Las encuestas, redes sociales, la geografía y hasta nuestras ideas, a veces son eso, burbujas que nos aíslan de los demás.
Empecemos por las encuestas. Este 2016 ha mostrado que predecir que va a ganar fulano cuando tiene una favorabilidad del 80% puede ser más o menos fácil, pero cuando la distancia es apretada el margen de error se convierte en un agujero negro en el que todo cabe. Las encuestas dijeron que Gran Bretaña seguiría en la Unión Europea, que acá ganaría el Sí y que Clinton sería la primera mujer presidenta de Estados Unidos. No sólo no acertaron sino que además nunca sabremos qué tanto afectaron sus errados pronósticos el resultado final, porque hay gente que confiada en que su candidato va a ganar se abstiene de votar, asumiendo que su voto no hace falta, y al día siguiente se lamenta. Hace poco en la Universidad de Manizales la actriz Alejandra Borrero llamaba la atención así: “Los jóvenes en realidad no han hecho nada por la paz. No votaron el 2 de octubre. Que marchen y protesten los que tienen certificado electoral. Los abstencionistas le fallaron al país”.
La irrealidad que nos crean las encuestas se refuerza con la de las redes sociales, que funcionan mediante algoritmos, de tal manera que uno tiende a conectarse y a ver contenidos de gente afín: los amigos, los que dan clic en los mismos enlaces que uno abre, los que piensan como uno. Y así ingenuamente deducimos que como en Twitter o Facebook “todo el mundo” comparte una opción electoral en las urnas va a arrasar. La Ola Verde de Mockus en 2010 debió enseñarnos que trinos o likes no son votos, pero seguimos cayendo en la trampa de confiarnos a partir de lo que vemos en redes, como si no hubiera miles de ciudadanos que ni siquiera acceden a Internet, o que viven desconectados en más de un sentido.
Otra burbuja es la geografía. El Brexit, el No y Trump muestran mapas electorales que dividen el territorio en centro y periferia. Si fuera por los votos de Londres, Bogotá, Washington o Nueva York, las decisiones habrían sido contrarias. Pero una cosa es lo que desea la capital y otra lo que ocurre en el país profundo, más religioso, conservadurista, menos cosmopolita, que no es sede de los grandes medios de comunicación, que se autodenominan nacionales aunque no tengan presencia ni cobertura nacional.
Los últimos años, quizás desde la caída del Muro de Berlín que se conmemora por estos días, han permitido que en las democracias occidentales emerjan discursos relacionados con la igualdad de géneros, los derechos de las minorías sexuales, el cambio climático, el desarme nuclear y los derechos de los migrantes, entre otros. Por momentos llega uno a creer que la sociedad avanza hacia allá, hacia una profundización en el respeto a los derechos humanos y la diversidad. Y se siente uno en la misma comodidad aséptica que se vive al interior de una camioneta burbuja, hasta que la realidad neofascista rompe un vidrio, como pompa de jabón, y nos recuerda que el mundo es más salvaje y primitivo. O que la historia se mueve como un péndulo y no en línea recta.
Pie de página: Ojalá lo que está pasando con la alta accidentalidad en Manizales no sirva de excusa para legitimar el regreso al antiguo y corrupto sistema de guardas de tránsito.
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