Este 20 de julio Colombia celebra 206 años del grito de independencia ocurrido en Santa Fe. Aquella tarde tuvo lugar la famosa pelea de los hermanos Francisco y Antonio Morales con el comerciante español José González Llorente debido a la negativa de aquel de prestarles un florero para la cena de recibimiento del corregidor Antonio Villavicencio.
Este episodio suele presentarse como el día definitivo en que la patria se liberó de las cadenas del dominio español. Pero eso está muy lejos de ser lo que buscaban los revolucionarios en ese momento.
Lo que aquel día ocurrió fue la oportunidad esperada por un reducido sector ilustrado de criollos descontentos con las restricciones políticas y económicas de la Corona, que buscaban una mayor participación en el gobierno. Así querían formar una Junta permanente en la que pudieran defender sus intereses políticos burgueses. Junta que, en todo caso, se declaraba súbdita de Fernando VII y que se proponía dirigir los destinos de la colonia en colaboración con el Virrey. Y lo lograron por poco tiempo, pero gracias, no tanto a su propia genialidad, como a la profunda debilidad de España que tenía a su monarquía presa por cuenta de las tropas de Napoleón Bonaparte.
La importancia del aniversario del grito de independencia está en comprender que se trata de un evento dentro de un proceso, que se dio en toda América Latina a comienzos del siglo XIX, debido a un conjunto de condiciones internas y externas que favorecieron que se sembrara la semilla de la libertad y del autogobierno.
Para empezar, en 1808, el ejército francés estaba conquistando territorios vecinos y constituyendo un gran imperio. En la guerra contra Portugal, Napoleón Bonaparte solicitó un salvoconducto al rey Carlos IV de España para atravesar su territorio. Torpemente el monarca lo concedió sin imaginar que Napoleón, de paso, conquistaría también a España. Carlos IV y su familia fueron arrestados y la Corona pasó al hermano del invasor, José Bonaparte.
Cuando llegó la noticia de la invasión francesa a España, hubo gran confusión en las colonias españolas en América. Los criollos no sabían de quienes eran súbditos (si de España o de Francia). Por su parte, en algunas ciudades de España fueron apareciendo Juntas de Gobierno que censuraban la actitud débil y casi cómplice de Carlos IV y juraban fidelidad a su hijo y sucesor Fernando VII, quién también estaba preso junto al resto de la familia real. La más importante de estas juntas de gobierno era la de Sevilla.
Por su parte, los criollos optaron por copiar el ejemplo de las Juntas de Gobierno instauradas en España para resistir el dominio francés, y crearon entidades similares en América para mejorar sus posibilidades de participación en política en perjuicio del poder virreinal.
En ese contexto, a partir de 1810 surgieron Juntas de Gobierno en todos los territorios coloniales como en Buenos Aires, Caracas, México y Santa Fe, en un principio fieles a Fernando VII pero, con el paso del tiempo y el vacío de poder, devinieron en grupos de presión contra la Corona. Eso fue lo que ocurrió en Santa Fe el 20 de julio. Aprovecharon el viernes, día de mercado, para provocar al comerciante español conocido por su mal genio, buscaron que éste les respondiese de manera desobligante y obtener así un pretexto para exacerbar el sentimiento anti-colonial del pueblo reunido en la plaza, que terminó gritando "abajo chapetones, queremos cabildo", y terminaron en la casa del Virrey Amar y Borbón, obligándolo a salir despavorido para España, so pena de asesinarlo. Al día siguiente, 21 de julio, se reunieron los criollos notables para redactar el Acta de Independencia de España, que no era tal porque seguían jurando fidelidad al príncipe Fernando VII y se declaraban españoles americanos. La consigna “Viva el Rey, abajo el mal gobierno”, es ilustrativa al respecto.
Por lo anterior no podemos afirmar que se tratase de un verdadero movimiento de independencia de la potencia extranjera, sino solo una revolución de la aristocracia americana por obtener un cambio de gobierno en el que pudieran tener mayor participación en el gobierno. Los criollos ilustrados vieron en ese momento la debilidad de la monarquía española y quisieron suplantarla para defender sus intereses comerciales y sus libertades individuales, y hacer desaparecer al Virrey. Pero la alegría les duraría poco porque cuando la monarquía española se liberó de la invasión francesa, restableció rápidamente el orden en sus colonias, y el tan aclamado Fernando VII instauró un régimen del terror en las colonias que acabó con las Juntas de Gobierno, con la libertad de expresión, con las conquistas de la burguesía, y en su lugar instauró la inquisición.
Entre tanto, en la Nueva Granada, los criollos habían tenido seis años en ausencia de la Monarquía y del Virrey para auto-gobernarse sin éxito, antes de que desembarcara el sanguinario Pablo Morillo a Santa Marta y pusiera las cosas en orden. Fueron torpes y en lugar de consolidar la independencia se enredaron guerras civiles porque no lograban ponerse de acuerdo sobre la forma del nuevo gobierno: unos querían un Estado Unitario (liderados por Antonio Nariño), y otros un Estado Federal (comandados por Camilo Torres). No en vano a su frustrado intento se llama la “patria boba”.
Pero, más allá de su fracaso, esa época marcó un precedente que le serviría a una segunda generación más madura, comandada por Bolívar, Santander, Sucre, Córdova, Sanmartín y O’Higgins que alcanzaría la victoria definitiva en las guerras de independencia. Ellos fueron más pragmáticos y aprendieron de los errores cometidos por los precursores para liberar, una tras otra, cada provincia sometida por España y comenzar una nueva vida para los pueblos del continente, ahora como repúblicas independientes.
Estamos conmemorando 206 años de aquellos primeros intentos por tomar conciencia del derecho inalienable y sagrado de los pueblos de autodeterminarse, es decir, de gobernarse por sí mismos. Esa influencia los precursores la habían recibido de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776 y de la de la Revolución Francesa de 1789, y su mérito fue trasplantar esas doctrinas en suelo americano.
Gloria a Manuela Beltrán, a Juan Francisco Berbeo, a José Antonio Galán, a Antonio Nariño, a Camilo Torres, a Francisco José de Caldas, a Jorge Tadeo Lozano, a Policarpa Salavarrieta, y a tantos otros héroes de los albores de la patria que entregaron sus vidas a la causa de la libertad, la autodeterminación de los pueblos y la formación de la república.
A dos siglos de sus gestas logradas con sangre, exilios, prisión y fusilamientos, honremos su memoria poniéndolos en el pedestal de nuestra historia como inspiradores de valor civil, de sacrificio y de convicción por los ideales más irracionales y peligrosos. Que esta fecha sea la ocasión para pensarnos como nación e izar nuestra bandera en todas las casas, apartamentos y negocios.
Que su incapacidad para consolidar los objetivos y su egoísmo en el poder nos enseñe la fragilidad de los sentimientos humanos, tan presente en nuestros actos, y lo importante de no seguirnos dividiendo para que nuestra Colombia y América Latina puedan ser una región viable y próspera para nosotros y para las generaciones venideras.
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