“Lo que es moderno no es el exterminio, sino la vergüenza sobre él”. Abram de Swaan

El exterminio masivo de seres humanos y las razones que conducen a él en varios momentos de la historia y en ciertas sociedades, de eso se trata este libro. De entrada nos aclara que para que este se presente debe haber violencia asimétrica, una fuerza en confrontación con otra, pero con la capacidad de arrasar con su oponente.

Más allá de otros argumentos, el profesor Abram de Swaan trata de probar que nunca una situación genocida se presenta por sí solo, sino que obedece a fenómenos sociales, históricos y de otros que muestran cómo la matanza se presenta en un momento, pero obedece en casi todos los casos a un proceso, a veces de siglos, en los que se muestra al otro como una amenaza.

Dividir para matar – una exploración de la mentalidad genocida es nada más ni menos que una aproximación a desmitificar el conocido argumento de la banalidad del mal que popularizó Anna Arendt. La introducción es un abrebocas y una provocación, busca mostrar por qué las teorías hasta ahora tratadas de la conciencia de los genocidas son incompletas, y plantea las preguntas clave que buscará responder páginas adentro.

Un ejemplo claro de lo que quiere significar es que detrás del aparato genocida, por lo general, hay personas promedio del lugar donde viven. En la Alemania nazi los horrendos crímenes fueron cometidos por alemanes promedio, esto es, personas que habían sido educadas en una sociedad en donde se hablaba todo el tiempo del maltrato sufrido por otras naciones, de cómo estaban predestinados a ser una raza superior, de cómo los judíos eran una amenaza, y esas razones alimentadas durante años hacían más sencillo luego llevarlas a la acción de la barbarie.

Claro, esto siempre genera la duda de por qué otros alemanes promedio sí pudieron hacerse a un lado y tomar otro camino. Esos son los datos que faltan y sobre los que el autor pide profundizar más, pues hasta ahora nadie ha logrado abordar completamente este asunto.

Inclusive habla de experimentos que se han hecho en donde gente común y corriente asumía el rol de castigador en una cárcel y muchos se iban a extremos intolerables, pero otros simplemente no lo hacían. Y qué mueve a cada uno a tomar en circunstancias similares un camino u otro tiene que ver mucho más con quiénes somos cada uno.

Lo que le molesta de la teoría de la banalidad del mal es que ha llevado a que se generalice la idea de que todos en igualdad de condiciones que los genocidas actuaríamos igual. De Swaan se resiste a creerlo a pie juntillas.

Hay un excelente capítulo que recoge ejemplos a lo largo del mundo de episodios genocidas, y es una lástima que no haya mirado a Colombia. Haber visto el caso de la UP habría sido interesante, no obstante, los tecnicismos alrededor de qué es genocido, que llevó a que los exterminios por razones políticas o de clase no se tengan en cuenta.

Es interesante, para uno como periodista, ver que a la maquinaria sangrienta generalmente la alimenta la propaganda oficial, el periodismo servil, medios de comunicación inescrupulosos, plegados a un bando para difundir la imagen de demonización del otro. Al convertirlos en monstruos, en amenaza, será más fácil luego aniquilarlos, que no quede vestigio de humanidad.

Justamente ese tipo de conductas son las que llevan luego a que sea tan difícil hacer la paz con el enemigo, porque si antes eran monstruos ¿ahora qué son? Grandes lecciones para el momento colombiano.

No puedo dejar de anotar que la traducción abunda en el error de la expresión “por parte de”, que hace carrera, y contiene algunos errores de ortografía y de teclado que no le hacen bien a una editorial que se la juega por publicaciones como esta.