―"¿Es posible robarse un río?"
Esta pregunta da inicio a una trama que nos lleva por los meandros del Ranchería, el río de La Wajira, al que rinden tributo las culturas ancestrales de esta tierra, pero amenazado por la explotación minera y otros males. El escritor caleño Philip Potdevin nos sorprende con Palabrero.
Los palabreros son mediadores que se ganan un espacio en las comunidades wayuu. Hombres que logran encontrar soluciones a los conflictos más diversos, en una región en la que se cree poco en la ley y el derecho. Por eso, el protagonista, Edelmiro Epiayú, aparece como el elegido. No solo heredará la labor de su tío el palabrero, sino que se meterá a conocer las leyes, estudiará derecho en la Universidad de La Wajira para ayudar a su pueblo, que no lo comprende.
Es evidente que el choque cultural de sus tradiciones ancestrales y lo que muestra la ley le van dando rienda suelta para interpretar de mejor manera lo que se puede hacer para impedir que se roben el río. En esa tarea emprende un viaje a sus raíces ancestrales. Una iniciación que luego también recibe en el derecho.
Da batallas. Es el abogado que logra que les sean cambiadas las cédulas a los indígenas, que en un acto de soberbia y maledicencia la Registraduría había elaborado con nombres risibles y con fechas inventadas, por pereza de hacer su trabajo y creerse muy graciosos.
Sin embargo, el camino es culebrero, tanto como la titanoboa, el fósil de serpiente más grande del mundo, hallado en una mina de carbón en La Wajira en el 2004, y que para algunos indígenas de la región así de devorador resulta el tren que corta el departamento llevando el carbón, la sangre de la tierra. En sus rieles han muerto decenas de wayuu.
La obra enseña de las comunidades indígenas, de sus saberes, interpreta sus costumbres y su visión de las cosas. Las pequeñas leyendas contadas en voz del tío palabrero son un abrebocas al mito.
El autor explica que los únicos personajes reales son la mina, que ahí esta, y el indio Juan Jacinto, el que ha pasado a ser leyenda. Logró no solo contener a los españoles cuando andaban de conquista, sino que los hizo retroceder y les metió miedo, hasta que la vieja estrategia de divide y reinarás, acabó con sus intenciones. Sin embargo, es fácil darse cuenta que hay más personajes identificables para quienes conocen esa región y a su dirigencia.
Potdevin es un autor magistral de literatura erótica. Sin ser esta una novela erótica sí tiene pasajes en los que se puede ver esa maestría para relatar escenas difíciles como la intimidad del sexo. Nos describe el nacer, el crecer y el morir en la sexualidad del palabrero abogado. No el morir que lleva al Jepira -su paraíso-, sino esa pequeña muerte después del orgasmo, de la que hablan los franceses.
Una parte del libro parece una lección del capítulo 11, que se refiere a los territorios indígenas, en el que cualquier gomoso del derecho constitucional, como yo, encontrará allí una lección maravillosa sobre los conflictos de la legislación colombiana en estos asuntos. No sé si se pueda tornar un poco especializado para los lectores sin intereses jurídicos, la mayoría. Léanla a ver qué les sucede.
Palabrero me permitió entender más de la vilipendiada La Wajira, zona que nos venden como de corrupción y descalabro administrativo, de dejadez de sus etnias por los niños. Al leer lo que ha sufrido durante años se entienden muchas cosas. Una novela para indignar, que enseña, que denuncia y que conmueve a un alijuna -no wayuu- como yo, y con un final que pintaba para ser feliz.
Sí hay que volver sobre los libros de Intermedio a los que se les están yendo errorcitos de tildes, de teclado o de separación silábica. Algo que en una editorial como esta no tiene por qué suceder.
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