Durante estos días se habla con insistencia en medios de comunicación y en los corrillos acerca del buen momento del sector cafetero por cuenta de los precios del mercado. Indudablemente es una buena noticia para la actividad económica de la región. El dinero del café irriga de arriba a abajo la sociedad y llega a muchos sectores de la economía; probablemente no hay otra actividad que reparta tan democráticamente el ingreso como el café.
Sin querer aguar la fiesta, quiero plantear algunas apreciaciones al respecto. Primero que todo, las actuales cotizaciones son el fruto de la devaluación del peso más que alzas en bolsa. Hace un año y medio estábamos con dólar alrededor de $1.800 y US$2,00 por libra, que nos daba una cotización interna entre $600.000 y $700.000 por carga, al límite de los costos de producción. Con la debacle del petróleo y la reducción de los commodities, la bolsa bajó a niveles de US$1,30 por libra pero la devaluación del peso cercano a $3.000 por dólar, nos dejó en el mismo nivel de precios que traíamos. Por lo tanto, en principio, la anhelada devaluación solo sirvió para compensar la baja en la bolsa de Nueva York, pero nos dejó los costos de los insumos dolarizados. Adicionalmente, este año los costos de recolección superaron el histórico por la escasez de mano de obra. Hoy con café a US$1,60 por libra y dólar a $3.100 estamos cerca al millón por carga. Seguramente los cierres de este año mostrarán un incremento importante en los costos de producción.
La actividad cafetera no resiste un análisis financiero, si se tiene en cuenta el valor de la tierra, el establecimiento de los cultivos, la infraestructura logística, de beneficio, los costos laborales y el riesgo. Pero más allá del "P y G" de la actividad, la mayor pérdida del sector ha sido la depreciación del activo cafetero, las tierras se han desvalorizado y no son una inversión atractiva.
La iniciativa del Dr Roberto Vélez de crear un fondo o una figura que estabilice el precio y asegure rentabilidad es urgente y necesaria.
Los excedentes deberán ser destinados a honrar el endeudamiento de los productores de vigencias anteriores; en los últimos años se ha invertido en renovación, pero estamos en un gran rezago tecnológico en nuestros beneficiaderos. La dinámica comercial moderna demanda mejor calidad y diferenciación, lo cual se logra con procesos agroindustriales en beneficio. Unido a lo anterior la legislación ambiental exigirá inversiones cuantiosas en procesamiento de aguas, lixiviados y residuos sólidos.
Ojalá las utilidades esperadas para este año y el próximo, sirvan para reorganizar nuestras empresas, preparándonos para el futuro cuando vuelvan los bajos precios. Que la coyuntura sirva para replantear, con menos presión, lo que va a ser un futuro difícil. Viene el sistema de gestión y seguridad en el trabajo, la legislación ambiental, donde nos van a apretar a los empresarios, sin que veamos políticas proactivas del gobierno que sean facilitadoras de cambio y mejoramiento, únicamente sanciones desconociendo la gran diferencia de las condiciones laborales del campo. En construcción, la formalización laboral, según fuentes de Camacol, aumentó los costos de mano de obra en un 30%, situación similar se podría presentar en el café, con la diferencia que aquí los costos no se pueden transferir al comprador pues dependen de las cotizaciones del mercado. Así, ni siquiera con estos precios, podríamos ser sostenibles en una actividad que tiene en la mano de obra el 70% de los costos. Por todo lo anterior celebro que nuestro congreso cafetero haya estado enfocado en la rentabilidad del caficultor.
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