Algo que nunca he entendido es la actitud social de las personas que practican las religiones asociadas con el cristianismo. Imagino que la gran mayoría de católicos antes de entregarse a la soledad del sueño, por lo menos reza esta oración.
Pues bien, la expresión Padre nuestro supone una relación de parentesco en la cual nosotros somos los hijos y aquel ser invocado adquiere la connotación de progenitor, esto es, creador y protector, a quien, con toda la confianza que dicha posición concede, tuteamos, inicialmente reconociéndole una ubicación en un espacio, y luego, con una especie de alabanza, le decimos “santificado sea tu nombre”, que de la esencia de la oración se entiende que es poner su discurso de misericordia por encima de todo, y después le pedimos que aquello sobre lo cual construye su reino venga a nosotros, esto es, que el amor presida nuestras vidas, y que se haga su voluntad, la cual por supuesto está íntimamente ligada con lo mismo, y después de solicitarle que nos dé el pan de cada día, sin requisito alguno, le proponemos que perdone nuestras ofensas solo en la misma cantidad e intensidad con que nosotros lo hacemos con aquellos que nos ofenden -en presente-, esto es, a los que nos matan, humillan, secuestran, extorsionan, violan, desplazan.
Luego, se le reclama que no nos deje caer en la tentación, esto es, en la negación de todo aquello que se le está pidiendo, vale decir, que no permita que nos apartemos del amor que está en cada una de las declaraciones y solicitudes de esta bella oración, y para terminar se le pide que nos libre de todo mal, o sea de caer en el odio hacia los demás.
Como se puede observar en esta interpretación política del Padre nuestro, el mandamiento del amor está en toda su esencia, y que la única petición que está condicionada es la del perdón, esto es, que solo merecemos el perdón que otorgamos.
Llama poderosamente la atención cómo el discurso del amor y la misericordia, que parece que son lo mismo, ha sido reemplazado por el del odio y el fanatismo, expresados en la negación del otro, en el reclamo del castigo que es lo contrario del perdón, en la denuncia de aquello que se conoce como impunidad, al punto que se considera que es mejor continuar una guerra en la que se multiplica el dolor y por supuesto los odios. Se extraña que las jerarquías religiosas de todos los credos cristianos no sean las líderes de la consigna del perdón.
¿Será que una campaña por el perdón equivale a una evangelización? ¿Será que la comprensión sincera y honesta de la oración que está en Mateo 6:9-13 involucra la idea según la cual el amor es el cielo y el odio el infierno? Por su etimología perdonar es amar más allá de los límites posibles, y todo parece indicar que se hace la voluntad del Padre cuando perdonamos infinitamente, pero no todos los cristianos lo entendemos así en la vida política.
Pues bien, cada uno de los que recita esta oración está invitado a que en las noches reflexione sobre la sinceridad de sus palabras, y así mismo está convocado a que razone sobre la importancia de que ese perdón que se pide y que se otorga, solo contribuye a la convivencia en la medida en que sea colectivo, tal y como se le pide al Padre en la mencionada oración.
¿Acaso la religión no permea la cultura y ésta no se expresa en el sentir del pueblo que la profesa?
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