Don Rodrigo Díaz Rodríguez es un personaje de la historia universal a quien algunos destacados cronistas dan por nacido en un villorrio cercano a Burgos en el año mil cuarenta y tres, hijo del noble caballero de la corte castellana Don Diego Lainez y en muchas de las semblanzas que de él se han hecho ha sido presentado como el mejor ejemplo de las virtudes humanas, tales como lo son la fuerza, la lealtad, la valentía, la prudencia, el temple y la cultura. Pero como para todos hay mi Señor, otros tratadistas lo han calificado de no haber sido nada distinto a un ¡vil mercenario! Nosotros, mi querido Juan José, no tomaremos partido en esa discusión; nos limitaremos a contar su historia.
Se crió el Cid, término este que proviene del árabe sidi que traduce señor, en la corte de Fernando l al lado del hijo del rey, el príncipe Sancho, y por ello recibió una refinada educación social, una excelente preparación académica, en el monasterio de San Pedro de Cerdeña y una adecuada preparación en el arte de la guerra. Desde los veinte años peleó, al lado de Don Sancho y dadas sus destrezas en el combate obtuvo el título de Caballero; fue nombrado Alférez, posteriormente reconocido como Príncipe de la Hueste del Rey y finalmente, a los veintitrés años recibió el honor de ser designado "Campidoctor" o Campeador, vale decir experto en batallas campales.
En el mil noventa o mil noventa y dos, dependiendo del historiador, después de múltiples alianzas con musulmanes y nobles, y de un sinnúmero de batallas victoriosas se convirtió en Señor de Valencia y llevó a la ciudad a los más altos niveles en asuntos culturales, de derecho e inclusive a los mejores y más avanzados manejos de orden monetario.
Y como para donde vamos con esta historia las espadas juegan un importante papel, no olvidemos dos de sus más renombrados aceros: la Tizona y la Colada.
¿Por qué recordé recientemente esta parte de la historia que te acabo de contar? Pues simple y llanamente porque vino a mi memoria la exitosa presentación, durante la pasada Feria de Manizales, de un matador de Toros andaluz cuyo nombre es Manuel Jesús Cid Salas y supongo yo que aprovechando la sonoridad y la importancia del remoquete, se hace conocer como "El Cid". Se trata de un torero destacado, hoy catalogado dentro del rango de "figura", posición esta apuntalada con cuatro salidas a hombros por la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, dos por la Puerta Grande de la Plaza de Toros de las Ventas de Madrid y una más, quizá la más sonada de todas, en Bilbao, al cortarle cuatro orejas a una corrida de Victorino Martín durante la encerrona que con seis Toros de esa dehesa protagonizó en una franca demostración, como su homónimo el Campeador, de valentía, temple y corazón.
Pero volviendo al tema de las espadas, ¿sabes por qué en el caso que nos ocupa, estas son de gran trascendencia? Pues porque al contrario de lo que le sucedía a Don Rodrigo Díaz de Vivar, que las manejaba con una destreza poco común para su época, nuestro moderno Cid es más que propenso a "fallar a espadas" deficiencia por la cual, a decir de algunos muy connotados críticos taurinos, se ha tenido que privar de salir muchas veces en hombros de los mas notables cosos taurinos del mundo.
Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido: ¿Cuando será que las autoridades de tránsito harán cumplir, tanto a automovilistas como a motociclistas, la universal norma que enseña que se debe transitar por la derecha y que es prohibido rebasar por ese costado, tanto en la ciudad como en la carretera? Ojalá que no llegue a ser la accidentalidad que con esa directriz pretende evitarse, la que lleve a tomar medidas educativas en ese sentido. Y no sería mala idea ilustrar primero a los guardas de tránsito, que con sus actitudes laxas y permisivas sobre el particular, ¡parece que no conocieran la norma!
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