Los jóvenes actuales se enfrentan con heridas emocionales que afectan, entre otros, la voluntad y el discernimiento. Muchos podrían ser los factores asociados, pero llamo la atención a uno de estos: la sobreprotección. Una madre me preguntaba refiriéndose al comportamiento con su hijo, si “amarlo demasiado era malo”.
Por supuesto, el amor no es malo; sin embargo, la sobreprotección sí lo es, y a veces se confunde con el amor. A diferencia del amor, ésta enmascara un mensaje contradictorio, no siempre consiente, que proyecta los temores propios de los sujetos sobreprotectores, declarando la incapacidad en el otro, sembrando raíces de inseguridad personal, de desconfianza y dependencia en los personajes receptores de tal patrón de vinculación.
Intentar evitar a toda costa, eliminar los obstáculos, el esfuerzo, “la frustración óptima”, y el dolor propio de cada etapa del camino de los hijos, no es garantía de éxito, por el contrario, muchas veces al sustraer estos elementos como material de aprendizaje, estaremos privándoles de desarrollar las defensas necesarias para enfrentar los inimaginables peligros y dificultades que deberán sortear para salir victoriosos y llegar a su destino.
Actualmente vemos jóvenes que lo tienen “todo”; sin embargo, van quedando atrapados en las arenas movedizas existencialistas, nihilistas, y de falta de sentido para vivir. Atravesamos pues, una crisis de carácter educativo, causa y consecuencia del actual relativismo que confunde y desorienta. En estos términos, los jóvenes necesitan puntos de referencia clara y estable; necesitan congéneres dignos de admiración y respeto como fuente de su inspiración, entornos enriquecidos de ideales, sueños y posibilidades para construir sus propias metas y definir su papel en el universo. Ellos necesitan retos para ser puestos a prueba y vencer obstáculos. En síntesis, “jugar en un buen equipo, tener buenos entrenadores, buenos patrocinadores, buenos contrincantes”. Necesitan reglas claras, que perfeccionen sus habilidades sin violentar ni violentarse; ser inspirados e inspiradores; sentir pertenencia al vestir su camiseta, bien como jugadores o espectadores. Es preciso salir del individualismo, hacia el encuentro maravilloso del “nosotros”. El amor auténtico, es por excelencia el escenario que hace posible el desarrollo humano y social comprometido, que de sentido a la vida, con la alegría del deber cumplido, hacia la transformación de un mundo mejor.
*Psiquiatra psicoterapeuta infantil y de familia
Docente Universidad de Manizales
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