Muchos adultos no comprenden cómo un niño o niña, que anteriormente tenían un rendimiento académico bueno, de repente cambian. Parece que hubieran sufrido un retroceso, no se acuerdan de lo que estudian, no logran concentrarse, han perdido el entusiasmo y hasta se muestran perezosos. Sin pretender simplificar la cuestión, vale la pena analizar algunos signos que podrían estar ocultos en dichas manifestaciones.
Resulta extraño asociar la infancia con sintomatología depresiva, pues creemos contrariamente que la niñez es sinónimo de alegría y candor. Lo cierto es que ésta no es la regla. En los últimos 30 años, se empezó a reconocer que la depresión es un padecimiento que también afecta a niños y adolescentes, despertando gran importancia dentro del campo científico.
A nivel mundial, la sintomatología asociada con la depresión a la edad de 8 a 12 años, registra casos entre el 3 y el 5 % y en la última década, incluso llega al 10 %, según reportes de la Organización Mundial de la Salud.
Sentirse triste o decaído, tener un mal estado de ánimo o melancolía ocasional, no significa estar deprimido. Estos sentimientos pueden presentarse en niños en etapa escolar. Pero cuando estos cambios se presentan durante un lapso superior a dos semanas o más y limitan su capacidad para funcionar normalmente, puede tratarse de un episodio depresivo.
Usualmente, hay otros síntomas que son llamados “equivalentes depresivos”, pues aunque no lo parezcan, expresan la depresión y es preciso identificarlos. Entre éstos podrían considerarse: problemas de comportamiento, irritabilidad, rabietas persistentes, desobediencia inusual, pérdida o aumento de peso o apetito, problemas del sueño, baja autoestima y expresiones de auto reproche, pérdida de interés por su deporte o su juego favorito, aislamiento social, hiperactividad y bajo rendimiento escolar.
Dichos síntomas comprometen el funcionamiento cotidiano tanto en casa como en el colegio y de formas muy distintas. Podrían afectar el desempeño emocional, motriz, cognitivo, social, conductual o corporal, a través de enfermedades físicas desencadenadas por problemas emocionales, llamadas psicosomáticas. Algunas de ellas: asma alérgica, gastritis, infecciones a repetición, cefaleas, migrañas, nauseas, vómitos y fiebre de origen desconocido.
Cabe recordar que los niños son más propensos a somatizar, lo que significa traducir su malestar emocional en dolencias corporales.
¿Cómo abordarlos?...continuaremos próximamente.
* Psiquiatra psicoterapeuta infantil y de familia.
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