La dignidad humana fundamenta las bases de la ética. Desde la antigüedad, Aristóteles en su tratado de “Etica a Nicómaco”, consideraba que todos los actos tienen como objetivo, la búsqueda de la felicidad, y que ésta solo se lograba si los estos se planteaban desde la virtud, entendida como el bien común y la belleza.
El ser humano necesita de sus congéneres para vivir. De ahí su instinto gregario. Mediante las interacciones cotidianas, va tejiendo redes para el mutuo desarrollo. El bien para uno, debería representar un bien para los demás; sin embargo, en nuestros días, esto parece una utopía.
Llamativamente, cuando el ser humano hace parte de la identidad de un grupo, la psicología que opera a nivel individual, es suplantada por otra que lo gobierna, algunas veces en favor de nobles causas, pero no así, ante situaciones de crisis y competitividad. El “hombre en masas”, puede ser capaz de actos incivilizados, regresivos e irracionales, tal como lo describía Freud en su libro “El malestar en la cultura”, refiriéndose a la “miseria psicológica de las masas” y en igual sentido, el psicoanalista Kohut (1976), principal fundador de la psicología del self, al expresar que la actuación violenta es el síntoma principal de la enfermedad mental de los grupos humanos.
Cuando las circunstancias sociales favorecen la neutralización del sentimiento de culpa colectiva, los límites de la violencia se traspasan peligrosamente, enfrentando un pueblo contra otro. Las guerras y atropellos sangrientos como constantes en la historia, dan testimonio de la crueldad del hombre hacia sus semejantes. Aunque hoy experimentamos lamentablemente la humillación y el atentado a los derechos humanos de muchos compatriotas, no caigamos en la trampa de alimentar odios inducidos.
¿Qué futuro espera la humanidad? No tendremos alternativa, si no recuperamos nuestra capacidad pensante y reflexiva que reivindique la dignidad humana, capaz de trascender fronteras, mediante el respeto y a la consideración del otro, en contraposición a la intolerancia, y el despliegue de los apetitos voraces de un ego enfermiso y desmedido, infundido por un infortunado líder, que pinta enemigos donde debe haber hermanos.
Psiquiatra psicoterapeuta infantil, de adolescentes y de familia
Docente Universidad de Manizales
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