El número de niños y adolescentes huérfanos de padre y madre crece de manera dramática; los motivos son disímiles: asesinatos, suicidios, desapariciones, migraciones forzadas, conflictos sociales, situaciones económicas entre otros. Las consecuencias que estos sucesos provocan en la niñez son diversas. Indefensión, soledad, ausencia de afecto, cuidado y protección provocan múltiples síntomas que impiden un desarrollo infantil adecuado; además de carecer de la satisfacción de sus necesidades básicas, no cuentan con el afecto como recurso emocional y protector.
Juan David, de doce años refiere que hace seis años en una finca cerca a su pueblo, mataron a sus padres y les robaron unas vacas, no había abuelos, ni familia cercana para ir a vivir con ellos; con su hermano más pequeño anduvo pidiendo comida y dormida, hasta que llegaron unas doctoras y se los trajeron a esta ciudad. Nunca había visto tantos carros, ni edificios, le duele lo que pasó y todos los días llora mucho, reza por su mamá y su papá, le hacen mucha falta y tiene miedo y rabia por lo sucedido, extraña el olor de su mamá y salir al potrero con su papá, no le gusta dormir con tantos niños y tampoco la comida que hacen dónde está viviendo.
Tener que abandonar sin querer, la casa, la tierra, los amigos, la escuela, los animales, no poder visitar la tumba de sus padres, en fin son muchas las cosas que extraña y que de manera brutal le fueron arrancadas a estos niños; ser huérfano es exponerse, es arriesgarse, es detener el tiempo en el dolor y en la pena, es en muchos casos, una condena que implica la negación de los derechos y de la dignidad.
Los niños necesitan de la familia como fuente de confianza y seguridad. Cuando suceden hechos como los narrados por Juan David, superar la desolación y la adversidad, solo es posible si existen factores que motiven avanzar a pesar de todos los dolores y frustraciones, además de comprometerse con disciplina y persistencia para adelantar sus procesos de recuperación.
Gabriela, quedó huérfana de padre hace cinco años, él era su adoración, con el aprendió la pasión por el fútbol, no se perdían partido y la motivó a jugar en el equipo del colegio, estaba en octavo cuando su papá se enfermó, seis meses, dos cirugías y de pronto un día su mamá fue por ella al colegio a decirle que había muerto, no lo podía creer, eso no podía ser cierto, pero era verdad y luego todo cambió; su mamá enmudeció las caricias y las palabras cariñosas, alega todo el día, se demora para llegar en la noche y comenzó a tomar licor y ya hay fines de semana que no llega a dormir, a Gabriela la deja dónde una tía y ella comenta que se siente muy sola , triste y extraña a su papá. A veces piensa que ella también debería morirse.
En este caso, no solo hay una niña huérfana por la muerte de su padre, sino que se siente también abandonada por su madre, que ha decidido hacer su vida sin pensar en los daños emocionales que su actitud puede provocar en la salud emocional y mental de la hija. Las afectaciones de estos sucesos son complejas y difíciles de asumir, más aún cuando la relación afectiva provoca temor, ambigüedad, estrés y ansiedad.
Existe otra forma de abandono y es el de niños que teniendo a sus padres vivos, no son cuidados por ninguno de los dos. Papás encerrados en sus mundos, silenciosos, indiferentes, apáticos, mamás alejadas del mundo del hogar, que invierten los días en cuidar sus cuerpos, y viven entre el gimnasio, los masajes, las cremas y los especialistas en cirugías plásticas.
Lorena, tiene 14 años y afirma que no pasa con sus padres mucho tiempo, porque son personas ‘muy ocupadas’ y jamás hablan con ella, tiene una amiga en el colegio a la que le cuenta todo y ella le lleva marihuana que consume, ‘para dormir bien’, afirma.
Lo más doloroso de estas historias es la ausencia de cuidado y consideración, ante el sufrimiento de los niños. Adultos que viven alejados de las necesidades emocionales y afectivas de sus seres cercanos ya que queridos no son. El afecto implica ternura, escucha empática, caricias, tiempo, reconocimiento, limites, valores. Pero lo común hoy, son las emociones insatisfechas en los niños abandonados y huérfanos que viven el maltrato brutal de una sociedad cada vez más indiferente.
*Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
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