Hay ausencias que duelen mucho, que generan desasosiego y soledad. Son ausencias con explicación y sin remedio, o con remedio y sin explicación. Poco se puede hacer para sanarlas, no hay bálsamos ni pócimas mágicas que procuren alivio, es un dolor lacerante que no se puede ocultar, ni disfrazar, que existe con su poder demoledor vivo y en tiempo presente, siempre en presente, como si no hubiera otra forma de conjugar la aflicción.
No hay un dolor parecido a otro, cada experiencia es distinta, razón suficiente para no comparar, ni minimizar, ni juzgar; el dolor emocional es un asunto que requiere atención y responsabilidad, para asumir los síntomas que acompañan el extrañamiento, el miedo a seguir viviendo, el vacío, la renuncia, la soledad, las tensiones, las distancias, los silencios, los asuntos inconclusos, los puentes sin cruzar y los naufragios emocionales que se acercan al luto y al olvido.
La ausencia de los vivos, en ocasiones, también hace parte del nunca jamás a pesar de estar vivos, no hay cercanía, ni palabras, ni caricias, es una realidad que marca muchas relaciones en las cuales la distancia es el común denominador de algunas historias que parecen signadas por la presencia-ausencia, por el recuerdo que atiza la memoria de manera significativa, a pesar de que no exista la esperanza de un regreso.
La ausencia de las personas muertas es dolorosa y está impregnada de recuerdos y nostalgias, se tiene la certeza del nunca jamás; jamás se volverá a escuchar la voz amada, ni habrá caricias, ni las miradas podrán cruzarse en la intimidad de los encuentros afectivos, se acabó el tiempo para la risa, las conversaciones, el enfado y la reconciliación.
La ausencia de las personas muertas es drástica, definitiva, irreversible, contundente, inalterable y el mayor desconsuelo es que no hay espacio para albergar ilusiones, ni esperanzas.
Mientras tanto, la ausencia de los vivos, tiene otros matices, otros estados emocionales que se tocan profundamente, y que le imprimen un carácter de tensión y de vacío a quien los siente, ausencias por conflictos personales, por celos familiares, por falta de amor, por distancias geográficas, por orgullo, por responsabilidades laborales, por rabia, por miedo a vivir, por falta de sensibilidad, o por ese afán desmedido de controlar y manipular, sin razón, ni compasión.
“La ausencia de los vivos, es una herida abierta que se niega a cerrar”, en palabras de Julián Bernal: “Recordamos los últimos encuentros, las últimas palabras, y añadimos preguntas a lo que parecía definido. Solo el paso de los días nos permite ver con claridad la imagen, nublada por ese choque de emociones; recuerdo incesante, continua duda. Lo que antes palpábamos con las manos, materia presente del aquí y el ahora, se convierte en una imagen de otro mundo: presente que actualiza el pasado y que proyecta el futuro. El tiempo es el viento que despeja la niebla.”
Psicóloga
Docente Universidad de Manizales
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