Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
La adopción de un niño no debería ser un acto para defender, máxime cuando en nuestro país diariamente muchos de ellos son abandonados en cualquier sitio: basureros, potreros, cafetales, hospitales, lugares de protección. Hechos por los que no hay manifestaciones, ni pancartas, ni voces que expresen indignación, ni rechazo.
Es más, en televisión hay una sección en la que se muestran las fotos y los nombres de niños abandonados y, aunque en ocasiones también aparecen los datos de la madre, la identificación del padre no, pues generalmente es desconocido.
Es cierto que el abandono tiene causas diversas, sin embargo, les invito a que piensen en la negligencia y en la falta de sensibilidad y compasión de madres y padres que recurren a esta opción, porque aunque suene fuerte, los pequeños se convierten en una carga, en un estorbo.
Vale la pena preguntar: ¿cómo se les denomina a estas personas que son solo proveedoras genéticas y que tienen una gran resistencia a reconocer a los hijos y asumir las responsabilidades que están ligadas a la crianza y al cuidado de una vida?
Todo lo anterior se suma al creciente número de niños que nacen como consecuencia de un acto lúdico hormonal; para estas personas los embarazos son solo accidentes inesperados que complican su cotidianidad. Así entonces, estudios, rumba, relaciones, vínculos, metas, todo se perturba, sumado al estrés que sucesos de esta índole generan.
Mariana dice: “yo nunca pensé en tener hijos. A mí me gusta es la rumba, el licor, tampoco he tenido parejas estables, pero no me cuidaba pues no pensaba que fuera a quedar embarazada”. Ahora tiene tres hijos en hogares de protección.
Y mientras Mariana cavila de esta manera, los hijos que no ha cuidado la sienten y la asumen de otra forma; el abandono genera resentimiento, desconfianza, baja autoestima, fragilidad, miedo, mínima tolerancia a la frustración, sumados éstos a los riesgos físicos, educativos, la precaria calidad de vida y dificultades en los proceso de socialización, entre otros.
Juan (13 años): “Yo por ahí veo a mi mamá. Ella nos dejó cuando yo tenía tres años, nada ha sido fácil y yo siempre tengo rabia”. Al abandono por negligencia e irresponsabilidad hay que ponerle atención, ya que las consecuencias de estas acciones tanto en lo físico, como en lo emocional, son onerosas. No tienen precio, sin embargo, ante estos hechos, como lo menciono al principio, el país no se pronuncia.
A los hijos hay que desearlos, soñarlos y visualizarlos con un factor que es fundamental: el amor. Sin este componente no puede crearse, concretarse, ni cultivarse ningún vínculo, por esto en la adopción no hay lugar para hablar de un accidente. Quién adopta ha hecho primero de su corazón un nido para arropar, proteger, compartir, dar, recibir, cuidar, amar a un ser humano, con todos los desafíos que esto implica, al que otras personas y en algunas circunstancias le han arrebatado no solo el amor, sino todos sus derechos.
Negarle a un niño la posibilidad de tener una familia es un acto inhumano y carente de sensibilidad y de compasión.
Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015