Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
La llegada de la muerte genera en la mayoría de las personas un considerable impacto emocional, por la sorpresa con ese encuentro, por el hecho de no estar esperándola, por el asombro y la confusión ante situaciones que no tienen ninguna explicación.
La muerte que deriva de sucesos traumáticos motivados por la rabia, el fanatismo, los deseos de venganza, llevados a cabo con sevicia y sin asomo de respeto, ni sensibilidad por las víctimas, deja profundas huellas en las personas que son testigos o que de manera inesperada viven el duelo.
Son hechos que parten la historia de una familia y de una comunidad y se convierten en el punto de partida para diferentes respuestas emocionales. Aparece el miedo, la inseguridad, el cansancio, el estrés, las pesadillas, la pérdida del sentido de vida, la soledad, el aislamiento, la rabia, la frustración, etc. En fin, ya nada es igual: siendo aún de día, tanto a los vivos como a los muertos les llega la oscuridad.
Hay unas muertes más significativas que otras, lo que depende de ciertas razones como el afecto, el tiempo compartido, la importancia de la persona, la imagen que haya construido, las experiencias vividas. Cuando la muerte sucede por un acto de agresión y de violencia, esta contingencia abre las puertas a conductas, emociones y pensamientos que es necesario entender y atender para poder afrontar tan difícil experiencia.
Por tal motivo, aunque comúnmente las personas afirmen que a pesar de lo sucedido la vida sigue, no es cierto que se pueda simple y sencillamente avanzar. Una cosa es sobrevivir y otra vivir con plenitud a pesar del dolor tras una tragedia.
Acontecimientos como las masacres, los atentados y todo lo relacionado con la muerte violenta, son generadores de un gran impacto emocional -tan fuerte- que los dolientes terminan enfermándose no sólo física sino emocionalmente.
Todas estas muertes inducidas son noticia de primera plana, pero pronto se convierten en una fría estadística. La gente comenta: “…otro atentado”. Se llevan flores, se hacen oraciones, homenajes y esos son los rituales que se acostumbran.
Pero: ¿Qué pasa con los que sufren?, ¿cuántas ilusiones se han truncado?, ¿cuántos sueños se asesinan con los hechos despiadados?, ¿cómo sanar la memoria de los disparos, de las bombas, de los heridos, de los mutilados, de los muertos?, ¿cómo saber cuánto odio se siembra con estos sucesos?, ¿qué hacer con tanto miedo?, ¿cómo aprender a afrontar la rabia y la frustración?, ¿cómo volver a comenzar?, ¿cómo disuadir para que no crezca la venganza?, ¿cómo hacer para que estos actos no se perpetúen? y ¿cómo enfrentar la deshumanización y la desesperanza?
“Un manotazo duro / un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal / te ha derribado”: Elejía a Ramón Sijé, del poeta español Miguel Hernández.
La muerte es provocada por enfermos, insensatos, fanáticos, sembradores de dolor, causadores de tragedias, que en un minuto acaban el presente y cortan las alas del futuro. Producen agonía y soledad ante lo que queda, luto sin respuestas, dolor y más dolor y una noticia que pronto es olvidada, mientras que para los dolientes la tragedia de encontrarse con la realidad apenas comienza.
* Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
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