Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
En un mundo en el cual se leen noticias de hechos que surgen de la rabia, del egoísmo, de la envidia, de los celos y de la maldad, conjugada en diferentes formas, es reconfortante leer autores como Matthieu Ricard, quien es conocido por el libro: En defensa de la felicidad, y que publicó el año anterior En defensa del altruismo.
Al leer a Ricard, surgen preguntas, reflexiones, provocaciones, invitaciones, ideas, como por ejemplo:
-¿Pueden transformarse en hechos que humanicen los encuentros entre los seres humanos, las respuestas emocionales que contagian la agresión, el insulto, los chismes, la mentira, el acoso, la brutalidad o la violencia?
-Se ha preguntado usted, ¿por qué tantas personas le desean el mal a otros?
-¿Por qué se ensañan en repetir y repartir su odio?
-¿Por qué nunca usan palabras amables o respetuosas?
-¿Por qué pesa más el odio que el amor o la compasión?
-¿Por qué se invisibiliza a quien piensa diferente?
-¿Por qué el egoísmo y la superficialidad son tan importantes en el mundo de hoy?
-¿Por qué hay tan poca empatía, por lo que le sucede a los otros?
En palabras de Ricard, “conceder valor al otro y sentirse afectado por su situación, son los dos componentes esenciales del altruismo”.
Esta sentencia invita a mirar el entorno. Quizás para encontrar que mucho ha cambiado en el comportamiento de las personas, desde el saludo hasta la convivencia misma. Es allí -principalmente- donde se trasgreden actos mínimos de las relaciones y la comunicación, en cuanto a las cosas simples y esenciales.
Quizás los lectores consideren que un país que poco invierte en enseñar valores, difícilmente se ilusionará con pensar en transformaciones. Sobre todo, en un mundo donde las humanidades son vistas con indiferencia o irrespeto por alumnos, profesores y directivas de instituciones educativas, tanto de primaria como secundaria y universidades, lo cual implica que no sea fácil soñar con un ser humano mejor en su pensar, hacer, sentir y hablar.
Lo anterior significa que destinar esfuerzos, tiempo y dinero en cultivar los valores desde la niñez y sus subsiguientes edades, es invertir en promoción de la salud mental para prevenir tantos hechos que han estado signados por el dolor, el miedo, la rabia y la barbarie. Estos a pesar de la pesadumbre causada en las memorias individuales y colectivas, no han sido suficientes para enarbolar la banderas del respeto y la compasión.
En El Espectador del 12 de enero de 2017, Julián López de Mesa Samudio afirma en su columna -‘El fin de la historia’- que en nuestro país hay personas convencidas de que el humanismo no es importante. En ella acota: “A nosotros, como sociedad en conjunto nos corresponde defender la idea contraria. La idea misma de la educación como un proceso formador de seres éticos y ciudadanos que vuelvan a la historia y a las humanidades para interpretar sus entornos, para aprender a reconocer al prójimo…”.
* Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
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