Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
En Colombia, el uso del alcohol es generalizado. Si se gana, si se pierde, si hay un nacimiento, un funeral, en peleas de pareja y en las reconciliaciones, si se está solo o también acompañado -cualquiera sea el asunto- es válido sacar la botella. Aquí se inventan los motivos.
Hay quienes usan el licor de manera moderada, lo disfrutan, se autorregulan y éste hace parte de los rituales y encuentros con familiares y amigos; mientras que a otras personas las embrutece, se desinhiben y les provoca reacciones violentas y enfermizas.
Parte de la violencia que se vive al interior de las familias es perpetrada bajo los efectos del alcohol. Parejas que toman sin ningún control e hijos testigos de diferentes maltratos, infantes que desde edades prematuras han estado presenciando toda clase de agresiones; adolescentes que comienzan también a consumir alcohol tempranamente y a sumarse de forma descontrolada a estas formas de encuentro. Ellos tienen en sus pensamientos y en sus actos el licor como parte fundamental de su proceso de socialización, perpetuando el ejemplo y aumentado el consumo.
Es necesario anotar que el alcohol genera una serie de consecuencias físicas y psicológicas que dañan la salud mental del consumidor y de quienes hacen parte de su entorno familiar y cercano. Uno de los síntomas es el asumir y mantener conductas agresivas, hostiles y maltratadoras. Estas se agudizan por el pobre nivel de tolerancia a la frustración.
También se afecta el estado de ánimo, la autoestima, aparece la ansiedad y aumentan los niveles de estrés. Así entonces aparecen efectos como los trastornos de sueño, la demencia y la pérdida de la memoria, la depresión y el suicidio.
Por lo tanto, el consumo de licor merece un especial análisis cuando alrededor existen personas que sufren las consecuencias de su uso y abuso.
Uno de los problemas más graves de la adicción, es que a pesar de los estragos que ésta provoca en los consumidores y sus familias, ellos carecen de principio de realidad para aceptar su condición y afrontarla. Y mientras evaden el estado, los problemas se agudizan tanto para los adictos como para sus familias. No sólo en los niveles de violencia, también los procesos de comunicación y los vínculos afectivos que entre los integrantes se mantengan.
El alcoholismo hace al bebedor y a quien está a su alrededor codependiente. Es una dolorosa realidad que lleva a la familia a vivir en un columpio emocional, es pasar de la esperanza a la desesperanza, ante un hábito aceptado por una sociedad que en vez de desestimar el consumo, cada vez lo alienta más.
* Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015