Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
Cuando, al minuto 65, Hárrison Henao ejecutó una falta cometida por el Pasto, para golpear la barrera sin generar peligro alguno, llegó el recuerdo de Johan Arango, acostumbrado con sus ejecuciones exquisitas a destrabar los partidos del Once Caldas, para sacarlo de afugias en el resultado.
Estaba, a esa altura, tenso el ambiente y el desconsuelo reinaba en la tribuna. Se añoraba a Johan, figura empequeñecida por sus escándalos, pero agigantado por su influencia, con sus goles.
No había solidez ni equilibrio. Bloqueadas las líneas no trazaban juego y las limitaciones técnicas daban al traste con la expectativa de rendimiento colectivo, con sus posturas tácticas como respaldo, en obra negra.
Ni una pared, ni una gambeta productiva, todo tan confuso por los bloques desconectados; solo Pato Pérez se atrevía, pero el único delantero programado, remataba las escasas jugadas de ataque a las nubes o jugaba de espalda a la portería.
Sin dinámica, poco articulado, sin soluciones ofensivas, raquítico en los pases, el Once se batía en medio de su incapacidad para desplegar el rendimiento adecuado al resultado que se esperaba.
El peor partido de la fecha, como ofensa para el publico, que hace insalvables las distancias anímicas con el equipo, con desaprobación activa.
Sufrimiento en casa, magro el resultado, fútbol sin jugadores descollantes e incapacidad extrema para torcer el camino.
Es incierto el destino, así Torrente intente hacerse el desentendido, transmitiendo un optimismo forzado, con su pizarra en medio desarrollo.
Y lo está porque aún no logra dotar de juego el medio campo, porque no encuentra un rematador con gol, porque sus elegidos, aprobados como refuerzos, no marcan diferencias prometedoras;
porque hay una ceguera individual y colectiva en la propuesta que luce desintegrada y porque al escarbar en las soluciones alternativas, estas ofrecen tanta desconfianza como las que han sido utilizadas.
Inadmisible resulta hoy que en perjuicio de la disciplina del club, cuya defensa ha sido siempre pregonada, se añore aquellos futbolistas que establecieron con sus desvaríos distancias con el buen comportamiento, pero alegraron con goles tantas tardes, como la última , vacías de fútbol. Algo así como venderle el alma al diablo.
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