Esteban Jaramillo

LA PATRIA | Bogotá

No entremos en el viejo y estúpido argumento de la maldición, de la bestia negra, o del diablo metiendo la nariz, como históricamente se han justificado las derrotas frente a Equidad.

El Once Caldas fue un fiasco, otra vez, como tantas veces, incapaz de resolver el partido en casa, como con Pasto (2-3), con Rionegro (0-1), o con Alianza (1-1).

El Once cayó, además, contra Chicó, al que le ganó la mayoría; perdió, con el empate, dos puntos ante Tuluá: en partido mal planificado, y resignó parte de sus posibilidades el lunes en la noche, en evidencia de las debilidades de sus líneas, las que se desmoronaron, fraccionadas por la falta de talento para hacer el juego colectivo (la sentida ausencia de Hernández).

Falló en todos los sectores desde el campo hasta el banco, donde Lisi, confundido, no encontró las soluciones. Volvió, el técnico, a la improvisación de jugadores en posiciones claves, algo tan típico en Torrente, su antecesor, lo que agudizó el caos. ( ¡Por Dios!, ¿el tren de volante creativo?).

Inconexo en sus líneas, individualistas sus jugadores, con torpes traslados del balón, pases largos inefectivos, temblorosa la defensa, e infrecuente presencia frente al gol, el Once tuvo una noche despreciable.

Ciego estaba Cure, sus erráticos movimientos lo aislaron de sus compañeros, a los que nunca encontró por sus impericias en los servicios. Esto Lisi no lo vio hasta el minuto 70, como tampoco vio la descoordinación del trabajo en el medio de marca, dolor de cabeza permanente, como lo ha sido el lateral derecho a lo largo de la campaña. Tampoco vio los efectos negativos de algunos de los jugadores en el juego asociado. Soto como volante adelantado no fue solución, como no lo ha sido, hasta ahora, en otras funciones.

La conclusión es una: si no pasa el Once, se elimina por su incapacidad. No hay nómina para pelear en igualdad de condiciones porque tan fácilmente se pasa de un gran partido como aquel contra Junior en Barranquilla (0-1) a la decepción del lunes pasado.