Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
Desde hace un año, Nairo Quintana se obsesionó de nuevo con el Tour, entrenó con perseverancia, fortaleció sus cualidades, se sumergió en sus sueños de triunfo y se prometió a sí mismo que podía ganarlo. Estuvo a poco de conseguirlo. Su carrera fue formidable, de principio a fin.
Contrasta con la selección Colombia en Copa América, sujeta a los pareceres de los jugadores y su decaído ánimo en el juego, acostumbrada históricamente a justificar en el cansancio sus caídas.
Extrañamente atrapados por el hastío de la competencia, dándole la espalda a la fascinación de los estadios y el fervor de los aficionados, solo un año después de sus apoteósicos triunfos.
Nunca se fatigó Nairo. No paró de luchar porque, para él, darle validez a la misión, requería trabajo con intensidad, templando el carácter, sin ahorrar esfuerzo.
Forjó el boyacense una relación sublime con los aficionados, la que llegó a los límites de la fantasía, al creer estos, en predicciones apasionadas, que devoraría a su enconado oponente, algo probable en el futuro.
¿Cansado Nairo? Nunca y lo hizo público con su insaciable apetito de triunfo, con su método que no tiene imposturas, elevando el ambiente para encender la pasión de sus seguidores. Es, como él lo dice, un simple campesino dispuesto a dominar el mundo, siempre rebosante de optimismo, que contagia a las gentes que le siguen, por la inspiración con que compite y la emoción con que sus hazañas de transmiten.
Qué ejemplo el de Nairo para los futbolistas. Su pedaleo de horas, de días, meses y años, con agrestes topografías y despiadadas temperaturas, entrenando y buscando títulos. Su vida no admite treguas.
Hace un año el Mundial de fútbol fue la expresión máxima de la felicidad de un pueblo, por los arrebatos triunfales de la selección Colombia. Este año la serpenteante caravana multicolor del Tour, como dicen los expertos, con los ciclistas nuestros como protagonistas, fue la sensacional advertencia de la llegada inminente de un campeón nuevo, sin dejar de lado el legítimo triunfo de Chriss Froome, cuyo poder, hoy, nadie discute.
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