LA PATRIA | MANIZALES
"Voy a trabajar hasta los 50. Luego me dedicaré a descansar y a disfrutar", le repitió Uriel Cardona Márquez a su esposa, la docente Yolanda Betancur. Este curtido hombre luchó y luchó para cumplir sueños como el de tener su propio negocio, darle lo mejor a su familia y brindarles educación universitaria a sus hijos. Dos de esos sueños no se cumplieron. Uriel murió a los 43 años.
Murió en el enfrentamiento entre los dos bandos, el 29 de julio del 2000, durante la toma a Arboleda. Uriel estaba en un potrero, en el sector La Bretaña y lo confundieron con un guerrillero.
De Uriel solo tienen lindos recuerdos: alegre, emprendedor, muy, pero muy laborioso. "Nos hacía trabajar mucho", rememoraron sus hijos, con risas en medio de los recuerdos.
Tenía tienda de abarrotes, fábrica de escobas, finca ganadera y sembraba árboles. "Le gustaba la política. Fue concejal. Luchaba por igual, sin importar el partido".
Uriel nació en Pensilvania. Su niñez fue tranquila. Al estilo militar, con mucha disciplina y trabajo. Antes de irse a estudiar debía ordeñar las vacas. Vivieron en San Daniel y tenían carnicería. También ayudaba a cortar carne.
Se graduó y le ayudó al papá en un supermercado. Aseguraba que no quería estudiar más, sino tener sus propios negocios: no depender de un sueldo, mejor ganarse su propia platica.
"Me conoció, nos casamos y nos fuimos para Marquetalia. Luego regresamos a Pensilvania y montó tienda. Los fines de semana viajaba a la finca a darles de comer a los animalitos. En una ida de esas es que le tocó lo de la toma", expresó Yolanda.
Me lo entregaron en una sábana, despedazado, me quedé tres años sin ir a la iglesia, aseguró la mujer, pues no se explicaba por qué un hombre tan bueno, tan trabajador murió de esa forma. "Les hacía fiesta a los presos en Día de Las Mercedes, si un pordiosero llegaba a pedirle, salía con el costal lleno de mercado. No se merecía algo así".
Su hija menor, que ahora tiene 23 años, se aburrió de estudiar administración. Mejor siguió con la psicología, pues aún no logra superar lo de su padre.
"Trato de borrar de la memoria la noche oscura en la que la violencia me devolvió a mi padre en un cajón de madera. Éramos muy niños y no sabíamos por qué debíamos llorar. Pero mi casa estaba vestida de dolor de llanto y de luto", dijo la joven.
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