EQUIPO REGIONAL | LA PATRIA
En la finca La Peña, de Salamina, Jorge Eliécer Soto trabaja en su trapiche desde hace cuatro años. Laboró como agregado por dos décadas con el único fin de construirse la casa en donde vive, y cumplido el sueño decidió seguir viviendo de la miel de caña, oro derretido que convierte en panela y deliciosos blanqueados.
Tiene 64 años y aunque asegura que siempre ha sido feliz, admite que las dificultades de la pobreza nunca lo han dejado, ni siquiera para construir el trapiche, que consta de seis fondos, una máquina para moler y el motor. De cada cosecha hace tres o cuatro moliendas cada seis meses. Por temporada llega a producir hasta 25 pacas de panela para vender cada una a $33 mil pesos, aunque el precio varía.
¿Y si le propusieran cambiar esa rutina para trabajar en grupo? Recientemente funcionarios de la Gobernación reiteraron esa oferta en Salamina, siguiendo con la política nacional de apoyar más a los trapiches comunitarios. Jorge Eliécer responde: “Es muy bueno porque se pueden juntar tantos pobres que no tienen dónde moler, pero nosotros, los que trabajamos en trapiches individuales, también tenemos muchas necesidades”. A él, por ejemplo, le falta un cuarto de moldeo, cerrar la enramada, instalar servicios y agua corriente.
El panorama
Testimonios similares al de Jorge Eliécer se conocen en otros municipios. Hay que tener en cuenta que de los dos mil trapiches que se calcula hay en Caldas, la mayoría son individuales (las autoridades saben que la proporción es así, aunque no tienen claro cuántos hay de cada clase).
En Supía y Riosucio, en cambio, hay una arraigada tradición de trapiches comunitarios que se explica en la cultura indígena, de acuerdo con el secretario de Agricultura de Caldas, Gabriel Gallego.
El funcionario anuncia que el año entrante se comenzaría a ejecutar un macroproyecto para apoyar a los paneleros agrupados. La financiación estará a cargo de Ecopetrol, Isagén, el Programa Desarrollo para la Paz del Magdalena Centro, la Gobernación y las alcaldías, y la inversión rodeará los $2 mil millones.
Fedepanela calcula que darle recursos a cada uno de los 18 mil trapiches que hay en Colombia costaría $1,4 billones. Por eso, la razón para apoyar más a unos que a otros radica en las facilidades de financiación, y el ahorro de recursos del Estado.
Argumentos de quienes se resisten
En Neira hay 114 productores de caña y 414 hectáreas cultivadas que surten 92 trapiches. De estos se benefician 250 familias.
Cristian Andrés Marín Ospina, exdirector de la Umata de Neira, dice que allí solo serían viables tres trapiches comunitarios en la zona caliente, que es la principal productora de caña. “Es imposible pensar en trapiches comunitarios en otra parte porque aumentarían los costos de producción, toda vez que el transporte de la caña requiere mucha infraestructura”.
Su sugerencia es la consolidación de un centro de acopio para que los productores cumplan con los requisitos de empacado, y así salgan bien librados de las exigencias del Invima.
En Samaná hay alrededor de 1.500 productores de caña de azúcar y unos mil trapiches, según Alexánder Arias Duque, presidente de la Asociación de productores de panela de Samaná (Aspropasa). De esos, “hay tres comunitarios en la cabecera, dos en Florencia y uno en San Diego”.
“No me parece lo más adecuado pasar a trapiches comunitarios porque las ayudas se centralizan en tres o cuatro trapiches”, indica.
Ve las mayores dificultades en que tradicionalmente han preferido el trabajo individual y es difícil cambiar esos hábitos. Además, “la topografía también influye porque si usted a lomo de mula tiene que cargar la caña un kilómetro todo se complica. Así se busque un sitio estratégico siempre les quedará muy alejado a algunos”.
“Si se quiere algo comunitario, que ayuden a las asociaciones con estrategias que repercutan en el trabajo de cada panelero que las integra”.
Jorge Eliécer Soto, panelero individual de Salamina, dice que para mejorar su trapiche ha conseguido ayudas mediante crédito, pero se queja de que “uno por pagar una deuda se somete a pasar hambre”.
El secretario Gabriel Gallego dice que los créditos para estos trabajadores no son reembolsables.
Argumentos a favor
El secretario de Agricultura de Caldas, Gabriel Gallego, asegura que “está demostrado que el trabajo asociativo es la mejor forma de enfrentar los mercados, especialmente los TLC. Así también es más fácil estandarizar precios y cumplir las normas del Invima”.
Dice que los grupos pueden ser de cuatro o cinco, si es que hay barreras geográficas para que se junten más trabajadores.
Entre Supía y Riosucio hay entre 80 y 90 trapiches comunitarios, de acuerdo con el agrónomo Andrés Gómez, que trabaja para la Alcaldía de Supía.
Explica que el impacto de la inversión del Estado es mucho mayor si lo hace en grupos o asociaciones.
La comunidad está más empoderada cuando trabaja en conjunto, algo que se evidencia, por ejemplo, con la posibilidad de negociación que tiene una asociación de paneleros ante un supermercado.
Olga Lucía González, coordinadora en Caldas de Fedepanela, indica que la organización agremia tanto a los que trabajan individual como grupalmente, sean productores fuertes o de baja escala. Sin embargo, sus dirigentes se inclinaron desde hace mucho tiempo por el apoyo a los trapiches comunitarios porque de esa manera surten con mayores volúmenes el mercado.
A quienes no deseen asociarse, de todas formas les ofrecen capacitación y acompañamiento técnico.
Euclides Loaiza Cañas, presidente de la Asociación Agropecuaria de la vereda La Soledad, de Filadelfia, dice que desde que él y otros 27 asociados trabajan juntos hace seis años en un trapiche los ingresos de cada uno han aumentado. “Cada uno sabe lo que hay qué hacer y no es necesario mandar. La calidad del trabajo es mucho mejor que antes”.
Agria experiencia en Pácora
En la vereda Las Coles, ubicada en Pácora en el corregimiento del mismo nombre, ajusta cerca de ocho años un trapiche a vapor y de alta tecnología construido para que lo trabajaran habitantes de la zona. Sin embargo, nunca ha funcionado como se debe. Ramón Elías García, exconcejal y exrector del colegio del lugar, también agricultor, cuenta que aceptaron trabajar en grupo luego del impulso que recibieron de la Secretaría de Agricultura departamental, y porque vieron una posibilidad de proyección para los pequeños paneleros.
“Los ductos de vapor no generaban la temperatura necesaria y nunca fuimos capaces de elevarla a los más de 100 grados centígrados que necesitaba. Por eso la panela quedaba blandita y tocaba vender cada atado a 500 pesos, a pesar de que estaba a mil pesos”.
Ramón Elías, tras insistir por varios años en arreglar el aparato, se cansó y volvió al café y al ganado. “De vez en cuando le digo al agregado que limpie esa máquina porque, si no, se vuelve puro monte”.
El secretario de Agricultura, Gabriel Gallego, explica que no es un trapiche sino una central de beneficio de panela a gran escala. “Fue un problema de concepción porque el proyecto fue sobredimensionado para la realidad nuestra. La gente nunca entendió bien la tecnología ni tuvo el acompañamiento necesario. Hemos planteado reubicarlo todo o en parte en otra zona del municipio con mayor vocación panelera”.
El agricultor recuerda que el problema fue únicamente técnico, pues los trabajadores nunca tuvieron inconvenientes para trabajar en grupo. Incluso, cerca de 100 se vincularon en los comienzos del afamado trapiche, algunos provenientes de los límites con Aguadas.
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