LA PATRIA | MANIZALES
El 11 de abril, a María Griselda Echeverry la mordió una serpiente en el Parque Nacional Natural Selva de Florencia, en San Lucas, vereda en el que vivió por cerca de 40 años. Al principio la ayudaron con remedios caseros, luego la Fuerza Aérea la trasladó hasta el Hospital San Felix de Dorada, y su historia terminó en un centro asistencial de Manizales, a la 1:00 p.m. del 13 de abril.
Personas cercanas reconocen que Griselda, junto a su esposo, fueron vitales para que la zona se convirtiera en Parque Nacional y, que sin su ayuda, el estudio y el valor de la biodiversidad en Caldas sería apenas una tarea por comenzar.
Cuando Griselda y Evangelista llegaron a la zona que hoy en día es la vereda San Lucas, era una selva tupida, envuelta en su espesor verde y húmedo. Varios pobladores que buscaban tierras donde radicarse, así que empezaron a cortar monte hasta llegar a lo que hoy en día es su casa. La última de la vereda, que con el tiempo se convirtió en un punto estratégico para la conservación de la biodiversidad en Caldas, o así lo cuenta Harold Castaño, quien en su época estudiantil estuvo en la zona trabajando junto a Felipe Betancurth y la Universidad de Caldas haciendo un "inventario de fauna" de lo que luego sería la Reserva Selva de Florencia.
La pareja construyó una casa de dos cuartos en la parte final del camino que llevaba hacia la vereda San Lucas. Iban al pueblo cada 15 días, aunque Griselda no le agradaba. En esos recorridos se demoraban entre tres a cuatro horas, ya que muchos de los puentes que cruzaban las quebradas San Antonio y San Lucas estaban desgastados y sin mantenimiento. Evangelista mantenía el paso, poniendo sobre el afluente cortes de guadua.
La vida de la zona cambió cuando en 1997 aparecieron políticos e instituciones gubernamentales que querían comprar las tierras para su conservación. La mayoría vendió y se dispersó por el departamento, dejando atrás un pequeño poblado y se transformó en tierra de dos personas.
Griselda y Evangelista decidieron quedarse para defender la tierra que habían construido con esfuerzo.
Andrés Felipe Betancurth, quien es médico veterinario llegó a la zona por primera vez en 1999 para hacer su tesis de pregrado . Explica que esa casa se volvería un lugar vital para docenas de estudiantes y académicos que llegaban con la única tarea de hacer un "inventario de fauna", de una reserva constituida, años después, por 10.019 hectáreas.
Para esa época no existía ni la Reserva ni el Embalse de la Miel, por lo que era una tierra de nadie en la que era muy difícil pasar sin un guía que conociera la zona y sus quiebres. Evangelista asumió esa tarea, ayudando a los visitantes a recorrerla. Griselda era la encargada de cuidarlos, y una de sus especialidades era la cocina.
"Ellos nos cuidaban. Eran como una familia para nosotros. Nos prestaron un cuarto de los dos que tenían para que pudiéramos trabajar y descansar. Recuerdo que una vez con Felipe (Betancurth) pasamos una Navidad con ellos. Griselda nos preparó buñuelos y natilla de maíz. Esa noche fue de alegría y de muchas historias sobre la resistencia de vivir", relata Harold Castaño, quien es ecólogo y mastozoologo. Recuerda a Griselda como una campesina de pura cepa.
Señala que ella se levantaba desde las 4:00 a.m., alimentaba a los animales que tenían y se preparaban para el amanecer. Era incansable, pero con el tiempo dejó de ir al pueblo. Además prefería evitar la casa de don Adán, un hombre que había muerto en 199, luego de que una serpiente lo mordiera en su casa. Ella siempre contaba una leyenda afirmando que la casa estaba plagada de serpientes.
Betancurth recuerda el odio que le tenía Griselda a esto seres viperinos. "Una vez nos tocó rehabilitar una boa herida. La idea era cuidarla para luego liberarla, pero hubo un tiempo en que tuvimos que tenerla en la casa de ellos. Griselda evadió siempre que pudo el cuarto donde estaba".
Después de su muerte poco se sabe sobre su historia, pero sus aportes prácticos ayudaron a la conservación de la tierra. "Ellos fueron los primeros. Si no nos hubieran recibido, nada se hubiera podido hacer. Hoy, la Reserva Selva de Florencia es, y existe, por la ayuda incansable de ellos dos" enfatizó Castaño, rememorando aquellas épocas donde encontró en dos campesinos, resguardados en la selva y lejos del contacto de nadie, una familia.
Vea el video dedicado a Griselda por el grupo de Facebook Amigos de la Selva de Florencia-Caldas:
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