Defensa de los animales
Señor Director:
¿Cuántas veces ve usted uno de estos cuadros grotescos de mentalidad respecto a los animales, precisamente en algunas personas “de bien” y aparentemente inofensivas?
Quien cree gustarle los animales y el ambiente natural porque cuida con esmero al caballo de paso fino, o porque cría y levanta aves y cerdos para su comercio, pero al desgarbado perro que le cuida los linderos de la finca lo enciende a patadas por haberse engullido un pollo (y en otros casos paga con su vida).
Le gustan los gatos, siempre que no sean negros.
Persigue y mata a pedradas a una zarigüeya (llamada popularmente “chucha”) y luego exhibe su cadáver en lo alto de un palo o en un árbol, con el convencimiento de haber realizado un acto heroico.
Prefiere los perros machos, pues su pensar es: “las perras cuando entran en calor se vuelven putas y se ponen feas cuando crían”. Y conforme a nuestra cultura machista, no faltan algunas insolidarias féminas que secundan esta idea, incluso, las hay quienes ignorando la diferencia entre sus propios ciclos reproductivos y los de hembras de otras especies, agregan: “Las perras menstrúan. ¡Gas!”.
Abre la puerta todas las mañanas a su perro para que salga a hacer sus necesidades fisiológicas en el antejardín del vecino o en la mitad de la avenida, para luego achacar toda la culpa al perro callejero de la cuadra cuando se suscitan quejas públicas por la presencia de excrementos en las calles.
Delante de los niños mata con gran salvajismo y deleite al ratón que merodea los rincones, pero los reprende si descuidan al hámster, no echando de ver que éste también es un roedor, solo que de coloraciones amarillo ocre y confinado en una jaula. Y para terminar, les obsequia precisamente un Mickey Mouse de felpa como demostración de ternura.
Se le dificulta sugerir a sus vecinos el deber de recolectar los excrementos de sus mascotas, por lo que le resulta más fácil impregnar de veneno el césped o darle el “remedio” al perro de la cuadra.
Cataloga como oficios bajos, informales y crueles los de arriero, carretillero y el sacrificio de cerdos, en cambio el toreo es una profesión.
Poseyendo un perro de raza y otro criollo, saca a relucir solo al primero a la ciclovía.
“Chandoso” o “enrazado en marrano” son sus expresiones despectivas o de mofa hacia un animal criollo.
Ante la diminuta vida animal que merodea el suelo, la orden inmediata al niño es: ¡mátelo, mátelo!
Deplora la cacería de elefantes y la destrucción de arrecifes, de los que proviene la industria suntuaria a base del marfil o del coral; pero consume medicinas a base de cartílago de tiburón, cosméticos a base baba de caracol, embriones de animales, y otros productos mal llamados “naturistas” cuyos insumos, al fin y al cabo, provienen también de desventurados sacrificados.
Se transforma en festejos populares. Por ejemplo, le parece muy original instalar parlantes al caballo en que va montado, con el fin de atraer todas las miradas al paso de su estrepitosa música, como si el animal, tras de tener que cargar a un trastornado, no tuviese tímpanos.
Cuando el perro desaliñado entra a la iglesia, le chista con enojo para que salga porque “se está profanando la casa de Dios”.
Dice desaprobar el racismo, el sexismo y otras diferenciaciones sociales. Sin embargo, a la hora de adoptar un animal, descarta hembras, criollos, longevos, gestantes, parturientas, o impedidos físicos.
Su olímpica solución a la problemática de los perros callejeros es que todos deben ser desterrados e ir “a templar a las fincas” (Y me perdonará Don Cecilio, reconocido corresponsal del Diario, pero la expresión entre comillas fue mencionada por usted mismo en un comentario suyo publicado en la sección Voz del Lector, titulado La ciudad de los perros, el cual me desconcertó ya que siendo usted un lector tan “culto”, haya proferido tal solución, la cual, aparte de ser insolidaria con la desgracia de otros seres, es desatinada, pues debió mejor reprochar la negligencia de los propietarios de mascotas de la ciudad, y por ende, tal publicación debió titularse mejor “la ciudad de los negligentes”).
Y con todo esto y lo que faltó todavía mencionar, resulta irónico que los humanos cataloguemos a otras especies de “dañinas” o “potencialmente peligrosas”.
Yamile Benítez M.
Corporación Zoobrevivientes
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